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domingo, 31 de agosto de 2014

Sala de Control del OVNI: Julio sintió la necesidad de fumar y encendió un cigarrillo. Después ofreció tabaco, concretamente al extraterrestre más alto; pero aquel declinó la invitación con un gesto seco, indicándole que él no se metía aquello entre pecho y espalda.

Sala de Control del OVNI: Julio sintió la necesidad de fumar y encendió un cigarrillo. Después ofreció tabaco, concretamente al extraterrestre más alto; pero aquel declinó la invitación con un gesto seco, indicándole que él no se metía aquello entre pecho y espalda.



Se sabe que en todo el maremágnum que acompaña al fenómeno OVNI, se han dado algunas situaciones cargadas de humor. Un ejemplo de ello lo podemos tomar de Julio F., abducido por extraterrestres, ofreciendo un cigarrillo a uno de aquellos seres llegados de mundos  lejanos, quienes lógicamente no entenderían la finalidad de inhalar humo…  De este modo, los seres humanos podemos caer fácilmente en el ridículo donde nos lleva nuestra propia ignorancia; por ejemplo, la obstinación de aquellos que dirigen las Fuerzas Aéreas de algunos países, esos mandos militares que marcan la consigna de enviar “rudimentarios aviones a reacción” a perseguir naves cuya tecnología escapa a nuestra imaginación. 


Un ejemplo de ello se dio cuando varios cazas intentaron interceptar un OVNI volando sobre la vertical de Maysville (Kentucky) en 1948 y entonces el F51 del capitán Thomas F. Manttell terminó desintegrándose. (Los extraterrestres ya han explicado a ciertos contactados que una de sus defensas es generar un intenso campo electromagnético a modo de escudo frente a una agresión). Otro ejemplo, recogido en el libro La Amenaza Extraterrestre, de Salvador Freixedo narra así  otro incidente ocurrido con cazas: Al MIG cubano le pasó algo por el estilo y los radares norteamericanos de Key West pudieron comprobar directamente todo el incidente. Un gran ovni esférico avanzaba hacia la costa cubana a unos 1.000 kms. por hora y a 10.000 mts. de altura. Dos MIGs salieron a interceptarlo. Le pidieron que se identificase, cosa que no hizo. Entonces el capitán recibió orden de dispararle. 


MIG21 cubano
A los pocos segundos dijo: «Tengo los misiles listos». Repentinamente se oyó un grito del piloto del otro avión: « ¡Explotó!» «Pero no veo ni humo ni llamas». El ovni entonces ascendió en vertical hasta 30.000 mts. y siguió en la dirección que llevaba. El caza ruso fue pulverizado en el aire por otro enorme ovni de forma esférica que lo hizo primeramente vibrar de una forma violentísima hasta que estalló en mil pedazos, siendo de ello testigos no muy lejanos los asombrados marineros de un pesquero japonés que faenaban en el mar de Corea.

Verdaderamente puede pensarse que quienes dirigen el mundo, es decir determinadas Agencias Militares, no entenderían a estas alturas que su comportamiento frente a civilizaciones extraterrestres se correspondería, por poner una simple analogía, al de niños en el patio de un colegio “compitiendo por ver quién da el puñetazo más fuerte” y por tanto, “quien es el que manda allí”. Y si por casualidad, alguien arrojara desde el exterior de la valla  del colegio “algún tipo de arma desconocida y poderosa” hacia el interior (Aquello que entenderíamos como tecnología inversa extraterrestre recuperada de naves estrelladas, como en su momento ya han explicado algunos testigos tales como el físico Robert Lazar, quien detallo su trabajó en la S4, del Área 51) la “excitación  podría llevar a esos traviesos niños a imaginarse dueños del mundo”.


NSA (National Security Agency)

Pero si razonamos en una perspectiva mucho más amplia, sin ningún tipo de miopía ó ambiciones ilusorias; quienes gobiernan el mundo tal vez no entenderían que mas allá de ese espacio reducido (el planeta Tierra) existen otras edificaciones (otros planetas habitados) y la cuestión principal es que en la actualidad no esté contemplándose el hecho donde los seres humanos estaríamos retrasando voluntariamente nuestra propia evolución como especie;  debido a que, aun descubriendo esa tecnología que nos llevase hacia fronteras alejadas de la Tierra, tarde o temprano, los extraterrestres siendo mucho más evolucionados que nosotros,  obligarían de cualquier forma  a “descartar ciertos comportamientos camorristas”, es decir, que en territorios fuera de la Tierra se les exigiría a los seres humanos que dejasen a un lado esos infantilismos y por contra,  se comportasen como “educados adultos”.

Área 51, Groom Lake
Pero…¿Por qué se está ocultando el fenómeno extraterrestre a la población de este planeta?: Aunque cada vez haya más avistamientos de platillos volantes y las personas en general disponen  de mejores medios tecnológicos, como por ejemplo teléfonos con cámaras de fotos, a la vez que los medios de comunicación en Internet son mayores, tal es el caso de Youtube que posibilitaría el conocimiento  de la mayor noticia de la humanidad; se estaría por contra retardando el momento crítico de explicar la presencia extraterrestre debido a unas pocas razones fundamentales: Las Naciones de la Tierra en su conjunto seguirían algunas consignas “aparentemente lógicas” dictadas por cierta superpotencia, tales como creer que si los seres humanos llegasen a tener conocimiento “oficial” de estos hechos, la “sociedad en general” se desintegraría y cundiría “la locura y el histerismo” sucumbiendo nuestra civilización tal y como la conocemos. Debido a este razonamiento “aparentemente lógico”, todos los estados de la Tierra juegan alineados, negando la presencia extraterrestre a los ciudadanos. Hasta ahí la “teoría oficial donde supuestamente se destruye la civilización humana”.


Ahora viene la parte real, por la cual los grandes poderes económicos sentirían peligrar su estructura de poder si acaso la población verdaderamente conociese la realidad extraterrestre; por una razón fundamental que ya han expresado los seres de las estrellas a ciertos contactados: principalmente porque estos no ven con buenos ojos la organización mundial actual basada en guerras y desigualdades abismales entre unos seres humanos y otros; sin obviar por supuesto a los grandes estamentos militares que sueñan con poderosas armas que les lleven a dominar el mundo sin importarles otra realidad que no sea guerra y destrucción. Otro vértice del problema nos llega de los medios de comunicación claramente serviles, precisamente, a esas corporaciones económicas y militares. Y como cuadratura del círculo quedarían el remanente de las religiones, que al principio se colapsarían, pero que finalmente “remontarían vuelo” ayudadas por esa espiritualidad que al parecer ya poseen las civilizaciones extraterrestres si acaso decidieran explicar a sus fieles seguidores que la vecindad cósmica está repleta de vida…


En esta ocasión he traído uno de los más importantes casos de abducción que se hayan dado en España, me refiero al ocurrido a Julio F., y que tal vez algunos de los que lean estas líneas ya tendrán conocimiento de ello. Sin embargo quiero resaltar que esta narración de los hechos los he tomado del libro Secuestrados por extraterrestres, de Antonio Ribera que yo considero la mejor y más exhaustiva investigación realizada hasta el momento sobre este caso. Habiendo sometió  a Julio F. a diferentes sesiones de hipnosis, apoyadas por la propia narración del abducido, pudieron conocerse detalles muy importantes de aquel contacto sucedido en tierras de Medinaceli, provincia de Soria (España). Julio F. describe con bastante precisión el interior del OVNI, nave de considerables dimensiones (70 m. de diámetro) así como a los extraterrestres quienes tal vez habrían evolucionado en planetas de escasa luminosidad. Como siempre, llama la atención los sujetos que son elegidos para la propia abducción, detalles que se nos escapan a primera vista ya que en el caso de Julio F. todo empezó en su propia casa de Madrid, quien había planeado ir de caza a Ávila y que termino finalmente en Medinaceli, Soria, “cambiando de planes sobre la marcha y sin saber exactamente el por qué”.


Antonio Ribera

Del libro Secuestrados por extraterrestres, de Antonio Ribera


JULIO F.: EL CAZADOR CAZADO

Los asistentes al I Congreso Mediterráneo de Ufología, por mí organizado y presidido, y que se celebró en el Palacio de Congresos de Barcelona los días 16 y 17 de junio de 1979, se quedaron boquiabiertos al ver entrar en la sala oscurecida a un señor rodeado de cuatro «guardaespaldas que, después de subir al estrado y sentarse de espaldas en la sala, se puso a relatar tranquilamente una experiencia increíble: su estancia de tres horas largas a bordo de una nave extraterrestre, adonde fue abducido en la provincia de Soria.
Idéntico pasmo experimentaron los asistentes a una convención anterior, el Primer Simpósium Nacional de Ovnilogía/Ufología, organizado por OTIU y su presidente Francisco Sánchez, los días 27, 28 Y 29 de abril del mismo año. Ante ellos no se presentó Julio F., que éste es el nombre con que quiere ser conocido el misterioso personaje, sino que esta vez habló por los altavoces, desde el interior de una cabina que lo ocultaba a miradas indiscretas

Y es que Julio F. -dato muy positivo- desea guardar, el más riguroso anonimato, para evitar que su increíble experiencia se convierta en pasto para la prensa sensacionalista e incluso para los chistes fáciles. Eso sí: Julio está totalmente abierto para los investigadores serios, y yo nunca podré agradecerle lo bastante su desinteresada colaboración conmigo, y el riquísimo material al que me ha permitido tener acceso, por intermedio de José Antonio Campaña y su esposa, la doctora Maite Pérez Alvarez, han investigado a fondo este caso, y a quienes desde aquí quiero manifestar mi más sincero agradecimiento.


Así mismo agradezco la colaboración prestada por sus invaluables dibujos y croquis a Carmelo Solar y Vicente Arnas La primera noticia de este caso extraordinario la obtuvo el conocido investigador madrileño y psicólogo –amén de querido amigo- José Luis Jordán Peña, quien casi se puso por sombrero un gigantesco ovni con el signo de UMMO en la panza, en Aluche, el 6 de febrero de 1966. El hecho de que un VED (Vehículo Extraterrestre Dirigido) casi eligiera su cabeza como campo de aterrizaje -o de despegue no se sabe bien- no logró vencer el contumaz escepticismo  de Jordán Peña, racionalista a marchamartillo, hombre lúcido e inteligente si los hay, pero que se resistía y se sigue resistiendo- a aceptar la realidad del binomio ovni = nave extraterrestre.

Jose Luis Jordán Peña
Pues bien: al terminar una de las frecuentes conferencias públicas que, pese a todo, Jordán Peña pronuncia sobre el fenómeno ovni, alguien le interrogó acerca de las experiencias de quienes, habiendo tenido un encuentro cercano del segundo o tercer tipo principalmente, fueron sometidos a hipnosis para averiguar si terminaron siendo llevados al interior de la nave. El interpelante -un hombre joven- le pidió su teléfono, para llamarle a los pocos días y decirle que  podía contarle un suceso que le interesaría.
Quedaron ambos citados en una cafetería, y allí encontró Jordán a su interpelante, llamado Manolo, que venía acompañado de su hermano Julio, protagonista del insólito suceso  que impresionó vivamente al psicólogo, por el evidente tono de sinceridad y autenticidad de Julio.

¿Qué había ocurrido?

Todo empezó en la mañana del 5 de febrero de 1978, domingo. Julio F. es un hombre joven, casado, con un hijo de dos años y medio entonces; cursó tres años de veterinaria y de ello conserva gran afición a los animales. Atendía entonces un comercio familiar, pero su auténtica vocación es la fotografía. Lee mucho para informarse sobre el mundo que le rodea y el hombre, pero jamás le tentaron las lecturas  paracientíficas o ufológicas. Gran deportista, es montañero, escalador y cinturón negro en Tae Kwon-do. Pero su gran  pasión es salir a cazar solo, con su fiel perro Mus un pointer,  inglés ligero, de pura raza.

Pointer inglés

El día citado, 5 de febrero de 1978, se cerraba la veda. Julio  había decidido la víspera dirigirse a una zona abundante  en liebres, cercana a Medinaceli, en la provincia de Soria. Tras un extraño encuentro a las cinco de la mañana en un  hostal solitario con un camarero muy raro, Julio se dirige hacia un camino vecinal, llevado por un, impulso irresistible. El coche se le pone a andar hacia atrás, y finalmente termina parado, sin luz con el motor detenido. Julio levanta el capó, pues cree que la avería se debe a la bobina, y...

Hasta aquí alcanzan sus recuerdos conscientes, Todo lo demás hubo que sacárselo de su subconsciente –donde estaba guardado bajo llave- mediante la hipnosis regresiva, Y “lo demás” es nada menos que el encuentro con dos hombres muy altos, de casi dos metros, de cabeza enorme, facciones alargadas, labios finos y mentón puntiagudo, cubiertos con un traje verde ajustado y un verdugo que les tapaba el cráneo y los hombros. Estos hombres luego le invitaron a seguirlo, tras enviarle pensamientos tranquilizadores, al interior de un enorme disco volante de 70 m de diámetro, que flotaba ingrávido sobre un campo próximo a 400 m de la carretera nacional pero oculto a su vista por una loma. En el interior de la nave -adonde penetro con su perro Mus y la escopeta de caza al hombro- fue sometido a una operación traumatizante, consistente en introducirle unos finos hilos de colores por todas –absolutamente todas- las cavidades de su cuerpo. Luego fue sujeto a un asiento, y se le «obsequió con un breve viaje espacial, pues pudo ver la Tierra y la Luna por una  de las ventanas rectangulares de la gigantesca nave espacial.

Todo esto fue saliendo a la luz gracias a las sofronizaciones  a que José Luis Jordán Peña sometió a Julio F. en octubre de 1979. La primera sesión de regresión hipnótica -refiere Enrique de Vicente en un artículo que consagró al tema en Contactos Extraterrestres núm. 1 y que luego se publicó en francés en el núm. 28 de Ouranos-tuvo lugar en el consultorio psiquiátrico del doctor Fernando Jiménez del Oso, en presencia de éste y de una docena de médicos, psicólogos, hipnólogos y estudiosos, que asistieron a la experiencia en vista de la credibilidad que atribuían al relato y la confianza que depositaban en Jordán


A la segunda sesión, realizada en el Colegio Menesiano madrileño, asistieron unas cincuenta personas, entre las que se incluían prestigiosos profesionales y especialistas en las más diversas materias, cuya opinión subjetiva –tras asistir a las dramatizaciones con que Julio revivía bajo hipnosis los momentos más intensos emocionalmente de su experiencia- fue mayoritariamente positiva.
Pero vamos a dejar que sea Julio mismo, con sus propias palabras, quien nos cuente lo sucedido. Las transcripciones que se reproducen a continuación son inéditas, y debo a la amabilidad del propio Julio -repito- y de los esposos Campaña, que este impresionante dossier se haga público por primera vez. Sin duda este caso -con el de Dionisio Llanca- sea el más exhaustivamente estudiado, con una ventaja por lo que al de Julio se refiere: así como el pobre Llanca era un ser simple, de bajo cociente intelectual, los test psicológicos a que fue sometido Julio revelaron un coeficiente intelectual superior al normal, combinado  con una personalidad perfectamente integrada: muy equilibrada y en absoluto psicopática. Julio no es ni un débil mental ni un fabulador o un mitómano. Es, por el contrario, un hombre muy realista, muy objetivo y, sobre todo, incapaz de mentir.
Esto es lo que han revelado los exámenes psicológicos. Y quiero recordar aquí que quien se los hizo fue el meticuloso y escéptico Jordán Peña, que realiza profesionalmente docenas de tests psicométricos laborales, y a quien sería por tanto imposible engañar.

Habla Julio

Reproduzco a continuación la entrevista que Julio sostuvo  -en estado vigil- con José Antonio Campaña, y que serviría de preludio a las entrevistas posteriores que realizó en estado hipnótico. En estas sesiones de hipnosis intervinieron, además de Jordán Peña, la señorita Ana Mozo,  hipnóloga, y el doctor Jesús Durán, reputado especialista madrileño, que empezó a sofronizar a Julio con un escepticismo total (el doctor Durán no creía en los ovnis), que luego habría de trocarse en asombro e incluso preocupación.
Cerrará este dossier sobre el «caso Julio» algunas conclusiones anatómico-morfológicas sobre los «extraterrestres » que secuestraron a Julio, debidas a la doctora Maite Perez Alvarez y que me atrevo a calificar de «asombrosas», pues nos enfrentan... ¡al hombre del futuro!
No dejará el lector avisado de constatar sorprendentes semejanzas  y coincidencias con otros casos de abducción que recoge este libro. Estas  coincidencias, como ya he dicho, nos evocan un nivel tecnológico superior al de la Tierra a finales de este siglo xx, y común sin duda a muchas civilizaciones de la Galaxia.

Diré antes de pasar a las transcripciones, que el estudio del caso comenzó en junio de 1979, prolongándose hasta abril del año siguiente. Pero en realidad, no ha terminado y es posible que no termine nunca... mientras Julio exista.

Medinaceli, Soria, España.
El viaje a Medinaceli

Pregunta: José Antonio Campaña.
-¿Empezamos, Julio?
-Cuando quieras.
-¿Qué sucedió aquel 5 de febrero de 1978 desde que dejaste tu domicilio?
-Serían las tres y media de la madrugada cuando abrí el portal. Recuerdo que aquella noche dormí poco, di vueltas y vueltas en la cama sin poder conciliar el sueño (cosa muy frecuente  en mí cuando voy de caza, temo no oír el despertador y no pego ojo). Total, que me levanté sobre las dos y luego desayuné, cogí mis trastos y, en vez de dirigirme a la zona donde acostumbro -Casavieja en Ávila-, enfilé la carretera de Barcelona hacia Medinaceli.




-¿Por qué razón?
-Lo ignoro. Precisamente, la víspera había comentado con mi mujer que iría a cazar donde siempre. Quizá, dado que era muy pronto, decidiera marchar a Soria para hacer tiempo aunque que no puedo asegurarlo.
-¿Indicas siempre adónde vas?
-Sí, es una costumbre que conservo de mis tiempos de montañero. En el campo, un accidente es fácil. Si te ocurre algo y saben dónde estás, pueden ir a buscarte, ¿comprendes?
-¿Cuándo cambiaste tus planes?
-Sobre la marcha. No sé si al salir de casa o ya en el coche. Desde luego, lo hice de forma impulsiva, ahí está lo raro.
-¿Te extraña?
-Mucho. Mi idea aquel día era ir a Ávila. Y hay más cabos sueltos.
-¿A qué te refieres?
-Verás, yo adoro los preliminares de la caza. Es como un vicio. La noche antes de partir reviso la escopeta mil veces, selecciono  los cartuchos, pienso dónde iré... En fin, que salgo ya con una idea preconcebida, por eso me choca un cambio de opinión tan repentino.
-¿Nunca alteras tus planes?
-Hombre, a veces he dicho voy a tal sitio, y luego me he quedado en otro, pero siempre en la misma zona o sobre la misma ruta, no en el lado contrario, como sucedió en esta ocasión.
-¿Recuerdas qué tal noche hacía?
-La noche estaba muy fría, sin nubes, quizá por ello la temperatura había descendido tanto. Me encontré el 124 escarchado ¡normal!-, abrí la puerta, metí a Mus, mi perro y salí zumbando.




-¿Sucedió algo imprevisto por el camino?
-Iba pegándole al coche, me gusta conducir fuerte cuando voy solo. «Charlaba» con Mus, le decía cosas, el perro me miraba. ... Noté, eso sí, que los kilómetros se hacían interminables. No avanzaba ni loco. Te parecerá una tontería, pero llegue a pensar que había dejado atrás Medinaceli, hasta consulte los indicadores.
-¿Y eso?
-No sé. El caso es que sabía que iba temprano para cazar. Tanto es así, que me detuve en un bar de la carretera.
-¿Puedes decir dónde?
-Creo que en el «hostal 103», situado en ese kilómetro de la ruta. Está junto a una gasolinera y supongo que no cierra en toda la noche. (Julio se equivoca de hostal, algo bastante lógico pues ha estado allí una sola vez y existen 4 bares en un tramo reducido de carretera. Por la descripción, es probable que se detuviera en «el 113», ubicado a la salida de Algora, Guadalajara; dicho hostal, aunque se halla junto a una gasolinera no permanece abierto de madrugada.)
-¿Y qué hiciste allí?
-Pedí un café y un chinchón (me encanta tomarlo cuando voy de caza). Entablé conversación con el camarero, un chaval alto, rubio, muy simpático. Llegaría· al hostal sobre las cuatro y media o cinco menos cuarto.


Algora, provincia de Guadalajara, España
-¿Hasta ese momento no notaste nada extraño?
-Bueno, hubo dos cosas que me llamaron la atención mientras  estuve en el hostal. Primero, que no entrara nadie en la media hora que permanecí allí. Normalmente suelen entrar camioneros, la Guardia Civil, otros cazadores... y segundo el aspecto del camarero.
-¿Qué tenía de raro?
-Que no era un camarero. Podría haber sido un estudiante que trabajara en el bar para mantenerse, cosa que no cuadra con lo apartado del lugar. Aunque se manejaba bastante bien saltaba a la vista que aquel no era su oficio. Recuerdo que llevaba enfundados unos guantes como los que usan las mujeres  para fregar y su conversación era muy amena y correcta.
¡Ah!, otro detalle, al entrar en el hostal, sentí un fuerte olor a pino, como el que posteriormente noté en la nave, pero lo achaqué a que probablemente acababan de limpiar y provenía del detergente. (Podría tratarse de olor a ozono.)
-¿Qué hablaste con el camarero?
-La verdad es que yo no estaba demasiado locuaz.  Hablamos de caza, la conversación normal en estos casos. Él  se interesaba  por Mus y creo recordar que me recomendó algún lugar de la zona.
-Ya. ¿A qué hora dejaste el hostal?
-Serían las seis menos cuarto. Tardé  sobre media hora en alcanzar  Medinaceli, que está a 50 km de  allí.
-Bien, y llegaste al cruce de la Nacional II con la desviación a Medinaceli. Ahora, por favor, no omitas ningún detalle.
-Tomé la carretera que conduce al pueblo. Subí la cuesta a todo gas, divirtiéndome. Vi que no venía nadie y me pegue a las curvas  que por cierto, son de aúpa. Luego, quité la cassette de una de Jorge Cafrune, que siempre llevo puesta para oír mejor  el sonido del motor, nostalgia de cuando participaba en rallies.
-¿Pasaste por Medinaceli a gran velocidad?
-Sí, metí la cuarta y puse de nuevo la cinta, pensando que iba 15 km más allá. Dejé el pueblo a la derecha y baje por la carretera de Barahona.




-¿Qué ocurrió después?
-Ni idea. Sólo sé que entré en el camino y se estropeó el coche. Es como si tuviera una laguna. He intentado rememorar todo aquello, pero no hay forma.
-Sin embargo, recuerdas lo anterior.
-Perfectamente, y es lo que no entiendo.
-¿Conocías la existencia del camino?
-No era la segunda vez que visitaba aquellos pagos. Además me dirigía más adelante, a un sitio estupendo para cobrar liebres que me había enseñado un amigo.
-Pero ¿cómo pudiste distinguir el camino en la noche?
-Eso me he preguntado yo al volver al lugar. El sendero está  oculto entre matojos y sale, perpendicular, a una recta de 2 km, donde lo suyo es ponerse a 100 o 110.
 -¿Recuerdas haber visto el camino o no?
-No. 
 -Te diré una cosa, hemos intentado reconstruir los hechos en idénticas condiciones y tuvimos que entrar en segunda.
-Lógico, si no te matas. (En una de nuestras visitas, nos pasamos  de largo el camino, eso sabiendo donde se encontraba y con toda la luminosidad  reinante a las cinco de la tarde en el mes de Julio.
-¿Piensas que hubo frenazo?
-Chico, creo que no, pero…
-¿Por qué diablos te metiste por allí, Julio?
-No sé ¡y mira que le he dado vueltas!
-Sin embargo, en anteriores ocasiones, tú has hablado de un impulso…
-Es una reflexión más que un recuerdo. Si giré a la izquierda debió ser por un acto impulsivo, porque mi idea no era esa.




Sesiones hipnóticas. 16-4-1980, 25-4-1980, 2-5-1980

Pregunta: Ana Mozo.
-Ahora estás en el día 4 de febrero de 1978, el día 4de febrero de 1978, te encuentras en la noche del 4 de febrero de 1978 y son las diez. Me vas a ir contando todo lo que estás haciendo  pero, además, lo vas a actuar, Julio, vas a mover tus manos, tus pies... ¿Qué estás haciendo en este momento?
-Estoy preparando la escopeta.
-Bien, pues prepárala. (Julio mira por el cañón comprobando que está limpio, luego introduce los cartuchos en la canana.)
-¿Qué estás haciendo ahora?
-Reviso la escopeta.
-Cuéntanos cómo lo haces.
-Tiro del trombón. Compruebo la grasa de los mecanismos.
-¿Está bien la escopeta?
-Sí.
-¿Y ahora, qué vas a hacer?
-Cerrarla.
-¿Qué más haces?
-La guardo en una funda (pone la carabina en una funda imaginaria).
-¿Y ahora?
-Abrocho la hebilla.
-¿Qué tipo de cartucho usas, Julio?
-«Legia», de 36 g.
-¿Y eso, para qué tipo de bichos sirve?
-Para todos..., caza menor. (Julio sigue colocando cartuchos en la canana.)
-¿En qué piensas mientras metes los cartuchos?
-En la caza, qué tal se dará.
-¿Y tú qué crees?
-Bien. Nunca se sabe.
-Julio, hoy van a sucederte muchas cosas y me las vas a ir contando todas, ¿estás de acuerdo?
-Sí.



-Mientras yo no te diga lo contrario, sólo vas a escuchar mi voz; y ahora, ¿qué haces?
-Guardo la canana y cojo 5 cartuchos más.
-¿Para qué?
-Para llevarlos en la escopeta.
-¿Dónde los pones?
-En el pantalón de caza.
-Bueno, pues mételos.
-Ahora no, cuando me vaya.
-¿Qué haces ahora?
-Voy a cenar.
-¿El qué?
-Chorizo, salchichón, queso.
-¿Y después de cenar?
-Me voy a la cama.
-Pues, hale, vete a la cama, ¿donde estas?
-En la cama.
-¿Y qué piensas?
-Nada. Estoy leyendo.
-¿Y después, qué haces?
-Apago la luz. (Julio hace ademán de accionar el interruptor).
-¿Cómo has pasado el día, Julio? ¿Has tenido alguna impresión especial?
-No.
-¿Qué haces ahora?
-Voy a dormir.
-¿Estás durmiendo ahora?
-No puedo.
-¿Por qué?
-Estoy nervioso por la caza.
-¿Y no duermes?
-No.
-¿Y qué piensas?
-En mañana. La caza.
-¿Qué hora es?
-Una y media.
-¿A qué hora te has acostado?
-Once y media.
Andá, llevas dos horas sin dormir!
-Sí.
-¿A qué hora te levantas?
-A la una y media.
-¿A qué?
-A fumar un pitillo.
-¿Y luego?
-Me acuesto.
-Otra vez te acuestas, ¿y a qué hora te levantas definitivamente?
-A las dos y media.
-¿Y qué haces?
-Me lavo.
-¿Y qué más?
-Me visto. Desayuno. Cojo las cosas. Salgo. Voy al coche. Saco a Mus. Entro en el coche. Arranco. Doy marcha atrás. Giro a la izquierda. Primera. Salgo del aparcamiento.
-Continúa. .
-Voy a tomar la carretera de Boadilla.
-Abre los ojos, Julio (éste cumple la orden).
-Voy hacia Boadilla.
-¿Qué más? ¿A dónde te diriges a cazar?.
-A Casavieja.
-¿Y qué quieres cazar?
-Siempre perdiz.
-Bien, sigue.



-Paso Boadilla. Sigo por la carretera. (Pausa.)
-Acuérdate de esto que vaya decirte, Julio. Vas a encontrar algo extraño en la carretera, algo que yo te voy a mandar ¿De acuerdo?
-Sí. (Julio presentaba fuertes resistencias a hablar, Ana trata de preparar el terreno.)
-Y tú vas a decirme qué es ese algo, ¿vale?
-Sí.
-¿Qué haces? ¿Llevas puesta la música?
-Sí.
-¿Dónde has empezado a escucharla?
-En casa. En el coche, al arrancarlo.
-¿y qué música escuchas?
-A Jorge Negrete. (Ana trata de saber en qué momento Julio pone la cinta de Cafrune, que quedó desgrabada parcialmente)
-Bueno, pues volvemos a la carretera.
-Sí.
-Sígueme contando qué sucede.
-Un camión.
-¿Qué más?
-Voy solo.
-¿No llevas a Mus?
-Sí.
-¿Dónde va?
-A mi lado.
-¿En el asiento?
-En el suelo.
-¿y cómo está Mus?
-Dormido. Tranquilo.
-Sigue contando.
-Hay una luz. (Julio cambia de expresión, parece atemorizado.) Traspasa el coche. (Perplejo.)
-¿Dónde hay una luz?
-Arriba, sobre el coche.
-Pero, ¿en el techo?
-No, más arriba. Encima. Es muy fuerte, blanca.
-Descríbela.
-Muy blanca. El coche parece de cristal. (Inspira y espira profundamente, está muy asustado.) Se ve mucha luz.
-¿Puedes ver a través del coche?
-No veo nada. (Su voz denota desesperación.)
-¿Qué hace Mus?
-Ha saltado al asiento de atrás. Ladra. (Pausa.) (Aterrado) La luz es muy fuerte. No puedo ver nada. (Julio parece estar verdaderamente asustado.)
-¿Qué pasa?
-El coche, el coche da la vuelta. No puedo controlarlo. Gira solo. (Estupefacto.)
-¿Tú quieres dar la vuelta?




-Sí, quiero irme a casa. Tengo miedo. Tengo miedo. Esa luz me persigue.
-¿Qué sientes?
-Miedo. No puedo controlar el coche.
-¿Recibes algo en tu mente? (Julio entra en una fase de resistencia. Cierra los ojos, baja la cabeza y guarda silencio total.)
-(Tranquilizándole.) Julio, te encuentras muy bien, no pasa nada. Contesta, Julio. Julio, ¿me estás escuchando? Contesta, el coche da la vuelta y tú quieres volver a casa porque tienes miedo de la luz, ¿hacia dónde vas?, Julio, abre los ojos, abre los ojos, ¿vas a casa?
-Voy hacia casa.
-¿Qué camino tomas?
-Carretera de Boadilla.
-¿En el sentido contrario?
-Sí.
-¿Y vas a casa de verdad?
-No.
-¿Por qué?
-Tomo la desviación hacia Madrid.
-¿Qué desviación?
-La del túnel, la desviación a Aluche.
-¿Y después, hacia dónde te diriges?
-A Medinaceli.
-Si tú no querías ir a Medinaceli, ibas a otro sitio.
-No.
-Pero antes me has dicho que ibas a otro sitio.
-No.
-Sí.
-No, voy a Medinaceli.
-Bueno, ahora sí, pero es que has cambiado de idea (La mente de Julio está muy ofuscada, parece que le han implantado fuertemente la orden de cambiar de destino.)
-Sí, quería haber ido a Casavieja (acaba reconociendo)
-¿Y entonces?
-Quería cambiar de sitio.
-Pero, ¿para qué?
-Me apetece. (Intenta racionalizar su actitud. Al IIegar a Aluche parece olvidar completamente el episodio de la luz, piensa que ha decidido, por sí mismo, ir a Medinaceli.)
-Volvamos a hablar de la luz (Ana intenta que recuerde)
-No he visto ninguna luz.



-Sí, y esa luz te ha hecho cambiar de idea. (Se produce una fuerte resistencia que, tras muchos esfuerzos,  Ana consigue superar.).
-Estoy muy asustado.
-Oye, ¿te sigue la luz?
-Sí, va encima de mí. El coche corre mucho, va solo. No lo puedo controlar.
-¿Hasta dónde te sigue?
-Hasta cerca de Boadilla.
-¿Cuánto tiempo ha estado la luz contigo?
-Unos 6 minutos.
-Tranquilo, tranquilo Julio. Yo estoy aquí, protegiéndote. Ahora tomas la desviación  a Aluche y entras en la autopista hacia Madrid, ¿dónde estás ahora?
-María de Molina.
- ¿Sigues escuchando a Jorge Negrete?
-Sí
-Cuando cambies de cinta, dímelo.
-Sí
-¿Qué vas sintiendo por la carretera?
-El motor del coche.
-¿Ya no tienes miedo?
-No.
-¿Te acuerdas de lo que has visto antes?
-Sí, coches, casas. (Ha olvidado definitivamente la experiencia traumática)
-¿Dónde estás ahora?
-Paso Alcalá.
-¿Qué más?
-Cambio la cinta.


Citroen GS

-¿Dónde tienes la cassette?
-En el salpicadero.
-Bien, pues pon la cinta. (Julio hace .intención de buscar en la guantera y pone la cinta.)
-¿De quién es?
-Jorge Cafrune. (Le hacemos escuchar la grabación para conseguir mayor sensación de realidad. Sospechamos que los espacios desgrabados que hay en ella corresponden a comunicaciones  que Julio ha recibido.)
-Óyeme bien Julio, vaya enviarte otro mensaje a través de la cinta. Vaya enviarte otro mensaje. Y quiero que me digas, exactamente,  lo que captas para saber si eres sensitivo (Ana recurre a una argucia con objeto de evitar posibles resistencias) Sígueme contando.
-Voy por la carretera conduciendo.
-¿Escuchas ya la cinta?
-No, tiene un trozo mudo antes de empezar. (Efectivamente, así es)
-Pero, ¿dura mucho?
-No, un ratito.
-¿La oyes ahora?
-Cuando recibas el mensaje, dímelo.
-Sí.
-¿Qué haces?
-Sigo conduciendo.
-¿Por qué carretera?
-La de Barcelona.
-¿Sabes qué hora es?
-No.
-¿Y no te la imaginas?
-Sí, cuatro y cuarto.
-¿El perro dónde está?
-Duerme.
-¿Tienes ganas de llegar a Medinaceli?
-Sí.
-Pero, ¿muchas ganas?
-Sí.
-¿Por qué?
-No sé si encontraré el sitio.
-¿Qué sitio?
-Donde voy a cazar.
-¿Y por qué quieres ir a ese sitio especialmente?
-Porque ya he estado allí otra vez.
-¿En qué kilómetro te encuentras ahora?
-Hacia el ochenta, ochenta y cinco.
 -Continua. (Detenemos la cinta.) ¿Qué ha pasado con la cinta, Julio? (De nuevo cierra los ojos y opone  resistencia a contestar. Ana intenta vencer este estado.) Julio, ¿te encuentras bien?, ¿qué estás recibiendo? (Sigue silencioso. Ponemos otra vez la cinta.) Abre los ojos, ¿te encuentras mejor?
-Sí.
-¿Has captado todo lo que te mandé?
-Sí.



-¿Y qué te he mandado? (Se repiten las resistencias.) ¡Julio!. Necesito saber si has recibido el mensaje ¿lo has recibido?
-Ciento trece, carretera de Barcelona.
-¿Qué más te he dicho?
-Tranquilo, no pasa nada. Entra en el Hostal Ciento trece. Tranquilo, no pasa nada.
-¿Cómo has oído eso?
-Me lo han dicho.
-¿Quién te lo ha dicho?
-La cinta.
-Ya, pero ¿qué has oído?
-Una voz muy rara.
-¿Cómo era?
-Muy gangosa.
-¿De mujer o de hombre?
-(Imita la voz.) «Entra en hostal Ciento trece. Tranquilo, no pasa nada.» (Las palabras de Julio suenan lentas y graves)
-¿Era de hombre?
-Sí.
-Describe todo lo que haces.
-Giro a la izquierda. Aparco. Paro el motor. Apago las luces. Bajo del coche,  Mus, conmigo.
-¿Cómo es el sitio donde has aparcado?
-Está muy oscuro. No veo bien.
-¿Qué más?
-Subo la escalera.
-¿Hay una escalera?
-Si
-¿Tiene escalones?
-Tres.
-¿Seguro?
-Yo cuento tres. (En realidad, tiene cuatro, pero el primero está casi a ras del suelo.)
-¿Cómo es la puerta?
-De cristal y madera.
-Sigue.
-Entro con Mus.
-¿Cuántas puertas pasas?
-Dos.
¿Cómo es la segunda?
-Metálica. (La descripción de Julio se acomoda a las características del hostal.)
-Bien, sigue.
-Entro. Hay poca luz.
-¿De dónde sale la luz?
-Del techo. Sobre la barra.
-¿Cuántas luces hay?
-Nueve.
-Descríbelas.
-Blancas. De una sola bombilla.
-¿Cómo es el hostal por dentro?
-Hay una barra metálica y de madera.
-¿Qué más?
-Hay mesas y sillas. Las sillas están encima de las mesas.
-¿Cómo es el suelo?
-Cerámica.
-¿De qué color?
-Beige.
-El techo y las paredes, ¿cómo son?
-Blancos.
-Dime, exactamente, todo lo que ves en el hostal.
-Taburetes en la barra.
-¿Qué más hay?
-Huele raro. Huele raro.
-¿A qué huele?
-A pino.
-¿Y no te extraña?
-Puede ser un desinfectante..., el detergente.
-i Ah! Dime qué haces.
-Pido un café al camarero.
-¿Cómo es el camarero?
-Joven, alto, rubio. Lleva una chaqueta blanca, pantalón negro, jersey de cuello alto. Es raro.
-¿Te parece extraño?
-Sí, sus ojos.
-¿Cómo son?
-Muy claros y grandes.
-¿Qué más?
-El pelo. Es ensortijado y «afro», amarillo claro.
-¿Es grueso el camarero?
-Normal.
-¿Cuánto pesará, aproximadamente?
-Noventa o noventa y cinco kilos.
-¿Y de altura?
-1,90.
-¿Cómo tiene la barbilla, Julio?
-Larga.
-¿Mucho?
-No, larga.
-¿Conoces a alguien con la barbilla así?
-Sí, Ramón, un compañero de veterinaria.
-La tiene parecida, ¿no?
-Sí, más picuda.
-¿Quién?
-El camarero.
-¿Es muy fuerte?
-Normal.
-¿Cómo tiene la boca?
-Grande y fina.
-¿Conoces a alguien con este tipo de boca?
-No.
-Cuéntame, exactamente, la conversación que tuviste con el camarero.
-Buenas noches. Buenas noches (le contesta el otro). Un café. Ahora mismo. Me dice que el perro es muy bonito. Que qué tal la caza. Que dónde voy a cazar. A Medinaceli. El conoce  muy bien la zona. La mejor zona está pasada la carretera de Soria. Un camino a la izquierda, buena zona de caza. Hasta mejores pastos. Pido un chinchón. Me lo tomo. Le digo cuanto es. Le pago 52 ptas.
-¿Cómo son las manos del camarero?
-Lleva guantes de goma.
-¿Y no se le transparentan los dedos?
-No.
-¿De qué color son los guantes??
-Amarillos.
-¿Seguro que son de goma? (Existe una orden en Hostelería que prohíbe a los camareros servir con guantes de goma)
-No lo sé.



-¿Son como los guantes que llevan los médicos?
-Sí, muy pegados.
-¿Y no te extraña que un camarero lleve unos guantes así?
-No parece un camarero.
-¿Notas algo raro en las manos?
-Son grandes.
-¿Cómo describirías esas manos? ¿Has visto otras iguales?
-De un 10 o 10 y medio. (Es la talla máxima; los guantes de ese tamaño suelen fabricarse de encargo.)
-¿Eran manos estrechas o anchas?
-Estrechas, con dedos largos.
-Julio, yo he puesto a ese camarero allí para que te de un mensaje, ¿lo has recibido? (Ana vuelve a usar un truco.)
-Sí.
-¿Y qué decía?
-Tranquilo, no pasa nada. Tranquilo, no pasa nada.
-¿Cuándo te lo dice?
-Cuando voy a salir.
-¿Es la misma voz de la cinta?
-No.
-¿Cómo es su voz?
-Normal.
-¿Fuerte?
-Grave.
-¿Te lo ha dicho hablando?
-Sí. (Pausa.)
-¿Qué haces después?
-Salgo del hostal.
-¿Y adónde te diriges?
-Al coche. (Pausa.) Está la luz allí. (Sorprendido.)
-¿Dónde está la luz?
-Allí, arriba.
-Escucha, Julio, voy a enviarte un mensaje con esa luz, tú vas a captarlo. (Nuevas resistencias. Tras muchos forcejeos Julio habla.).
-Sigue la luz. Sigue la luz. (Su voz es monótona y profunda.)
-¿Quién te dice que sigas la luz?
-No lo sé.
-¿Cómo era esa luz?
-Está alta. Es mayor que una estrella.
-¿Mucho más?
-Sí.
-¿Se mueve?
-Sí.
-¿Y hacia dónde va?
-Hacia Medinaceli.
-¿Tú la sigues?
-Sí.
-¿Vas mirando continuamente?
-No.
-¿Hacia dónde miras?
-La carretera.
-¿No miras a la luz?, puedes perderla.
-Sé adónde va.
-¿Sí?
-Sí, a Medinaceli. (Pausa.) Es curioso.
-¿Qué es curioso?
-La luz. Se para y sigue. Se ha parado delante de mí. Lejos. (Pausa)  Acelero el coche. Voy muy de prisa. Necesito alcanzarla, quiero saber qué es.
-¿No lo sabes todavía?
-No.
-¿Qué haces ahora?
-Me desvío a la izquierda.
-¿Qué hay?
-Medinaceli, una carretera.
-¿Sigues viendo la luz?
-No.
-¿Dónde la has perdido?
-Arriba, en la carretera.
-¿Qué hora es, Julio?
-No sé, cinco y media, seis...
-¿Vas por la carretera que sube a Medinaceli?
-Sí.
¿A qué velocidad? Cuéntame todo lo que haces.
-Cien, ciento diez, noventa, ochenta, tercera, segunda, derrapo, noventa, cien, acelero fuerte...
-Sigue.
-Llego arriba. A la izquierda, casi no veo la curva.
-¿Qué ves?
-La carretera, recta, en bajada.
-¿Corres mucho?
-Cien, ciento diez, ciento veinte.
-¿Con quién vas?
-Con Mus.
-¿Qué oyes en ese momento?
-El motor.
-¿No llevas ninguna cinta puesta?
-No, me apetece correr.
-Bien, sigue.
-(Asustado) ¡Frena! i El coche frena!
-¿Qué sucede?
-La luz.
-¿Dónde está la luz?
-Fuera.
-¿Sobre ti? ¿Y qué te dice la luz?
-Marcha atrás (perplejo).
-¿Eso te dice la luz?
-No.
-¿Lo dices tú?
-No, el coche va solo marcha atrás.
-¿Solo?
-Sí, muy de prisa (con verdadero pavor).
-¿Va muy de prisa marcha atrás?
-Sí. (Inspira y espira con fuerza.)
-¿Hacia dónde?
-Hacia Medinaceli.
-¿Vuelves hasta Medinaceli?
-No. (Lleno de desasosiego.)
-Tranquilo, Julio, yo te estoy protegiendo. (La respiración de éste continúa agitada.)
-El cruce de Soria. Frena. (Se tranquiliza inmediatamente)
-¿Qué sucede, Julio?
-Sigo muy despacio.
-¿No tienes miedo de la luz?
-¿Qué luz? (Ha olvidado el incidente.) (Pausa.) Busco un  camino a la izquierda, buena zona de caza. Ahí está. Entro por él.


Ellos

Pregunta: J. A. Campaña. Entrevista en estado vigil.
-Bien, llegaste al camino ¿y qué pasó?
-Que no había recorrido 100 m. cuando el motor se paró de golpe, las luces se extinguieron y la radio dejó de funcionar.
-¿Instantáneamente?
-Sí, no hubo sacudidas, fallos, ni nada. Fue como si hubieran cortado la corriente con un interruptor.
-Perdona el inciso, ¿has tenido problemas con el coche?
-Desde entonces, me vino fallando la parte eléctrica. No cargaba la batería -algo incomprensible porque estaba recién cambiada- y los intermitentes no parpadeaban bien. La broma me costó 15000 pesetas en reparaciones.
-¿Y la cassette que traías puesta?
-El aparato ha seguido funcionando, la cinta se me estropeó.
-¿Qué le notaste?
-Estaba desgrabada como a trozos -y es una lástima, porque me encanta Cafrune-, la tuve que tirar.



-¿Puedes facilitármela?
-Trataré, no sé si la conservo. (Julio encontró después la cinta, y conviene aclarar que él no pudo desgravarla inadvertidamente, ya que el radiocassette de su coche es sólo lector)
-Hablemos del reloj.
-También se paró. Es mecánico y, desde aquel día, ha ido de relojero en relojero, lo he dejado por imposible.
-¿Crees que se detuvo cuando lo hizo el coche? , .
-Puede, aunque quizá se estropeara cuando pasé bajo la nave.  Hay indicios de que existía un potente campo magnético.
-A propósito del reloj, ¿a qué hora sucedió esto?
-Sobre las seis y media, creo; las manecillas estaban fijas a las 7 menos 20.
-Volvamos al relato.
-Bueno, pues abrí la puerta y salí malhumorado. ¡A ver que  hacía yo un domingo de madrugada, en mitad del campo y con el coche así! Pensé que el origen de la avería estaba en la bobina -me había dejado tirado dos meses atrás-; luego, reflexionando he visto que no podía ser. Total, que levanté el capó e intenté distinguir algo... imposible; para más fatalidad, la linterna no tenía pilas.
-¿Y Mus?
-A su aire, olisqueando por allí y haciendo sus cosas. De pronto, el perro empezó a gruñir. Se interpuso entre el camino y yo, como avisándome de un peligro inminente. Su nerviosismo crecía por momentos. Tenía los pelos del lomo erizados. Estaba tenso como un arco. Nunca le había visto así y, la verdad me asusté. Automáticamente, pensé en lobos –después de todo nos encontrábamos en mitad de un páramo y en invierno-,  así que abrí la puerta trasera, cogí la escopeta, metí los 5 tiros sueltos que llevo siempre en el bolsillo y luego, más tranquilo,  intenté ver algo en la oscuridad.
-¿Por qué llevabas 5 cartuchos en el bolsillo?
-Es una costumbre. Salgo con la canana llena y 5 cartuchos aparte, los que carga mi escopeta, una Winchester automática,  por si me sale algo por el camino.
-Ya.
-Bueno, pues yo estaba allí, el perro seguía gruñendo y, entonces, vi dos figuras con forma humana que venían por el sendero.
-¿A qué distancia comenzaste a verles?
-A unos 80 m. Ya sabes que el camino baja en cuesta y luego se bifurca; bien, pues estarían por el recodo.
-¿Cómo les distinguiste en la noche? ,
-Sus trajes parecían reflejar la escasa luz que habla. Ten en cuenta que comenzaba a clarear por mi izquierda.
-¿Les veías nítidamente?
-No sólo los contornos. Según se acercaron pude precisar detalles. Sus trajes, de color verde pastel, emitían un brillo muy  ligero. (Hemos reconstruido el encuentro de Julio el mismo día y a la misma hora, y efectivamente, a los 5 minutos de estar allí,  la vista se acostumbra a la oscuridad,  pudiendo distinguirse las formas pero no los detalles.)
-¿Vinieron directamente o parecieron dudar?
-No, se acercaron sin un titubeo, hasta detenerse a medio metro de mí.
-¿Sentiste miedo en su presencia?
-Sentí asombro, estupor, si quieres, pero no temor. Incluso tranquilicé al perro, no fuera a morderles. Yo, desde el primer momento, supe que eran extraños, que no procedían de aquí, no me preguntes cómo.
-¿Qué te inspiraban?
-Sosiego y paz, me serené nada más verles.
-¿Aceptaste el asunto con naturalidad?
-Sí, y es muy raro. Fue como cuando encuentras a alguien conocido, pero que no ves hace mucho tiempo, y te dices: ¡hombre,  si es fulano!, pues igual. No sé si estaban influyéndome desde lejos o qué.



-¿Se comunicaron contigo inmediatamente?
-Cuando llegaron a mi altura, pararon y me hablaron.
-¿Les oíste?
-Eso creí al principio, después, al ver sus labios quietos comprendí que todo era mental.
-¿Qué te decían?
-«Tranquilo, no pasa nada. Sólo deseamos que nos acompañes, por favor.» Según entendí, su mayor interés radicaba en el perro y me pedían que fuera con ellos en calidad de dueño o domador de Mus. Me aseguraron que la experiencia sería interesante y que no tenía nada que temer, que volveríamos.
-¿Recibías una orden o una invitación? ¿Crees que te coaccionaban?
-En absoluto. Recibía una invitación, y cordialísima. Casi un ruego. Pienso que si me hubiera negado, no habrían insistido.
-¿Aceptaste inmediatamente?
-Sí, sabía que eran buena gente e incapaces de hacer daño. Así que me eché la escopeta al hombro y bajamos por el camino. Ellos me iban flanqueando. Seguidamente, tomamos el ramal de la izquierda y ascendimos por la falda de la loma, lo que yo llamo repecho.





Sesión hipnótica. Octubre de 1979

Pregunta José Luis Jordán.
-¿Qué hay a la entrada del camino?
-Un badén.
-¿Está muy despejado?
-No.
-¿Qué ves?
-El camino.
-¿Cómo es?
-De tierra.
-¿Qué pasa ahora?
-El coche.
-¿Qué le pasa?
-No funciona.
-¿No sigues andando con él?
-Sí.
-¿Ratea?
-No, no funciona nada.
-¿La radio?
-Tampoco.
-¿Llevabas puesta la radio?
-No.
-¿y cómo sabes que no funciona?
-Llevaba el cassette.
¿Qué oías en ese momento?
-Cafrune.
-¿Qué haces ahora?
-Paro.
-¿Qué más?
-Giro a la derecha.
¿Qué haya tu derecha?
-Está muy oscuro.
-¿Ya tu izquierda?
-El camino... una loma pequeña.
-¿Qué estás haciendo en ese momento?
-He abierto el capó.
-¿Para qué?
-Busco la bobina.
-¿Por qué la bobina?
-Creo que es la bobina.
-¿La ves?



-No, la toco.
-¿Ves algo?
-Nada.
-¿Notas algo raro?
-Mus gruñe.
-¿Por qué gruñe?
-No sé.
-¿Dónde está Mus ahora?
-Detrás de mí. (Julio está vuelto hacia el capó, el perro se halla entre él y el camino.)
-¿Ladra?
-No, gruñe.
-¿Por qué gruñe? ¿Algo le llama la atención?
-Sí.
-¿El qué?
-Lobos.
-¿Lobos?
-Sí.
-¿Ves los lobos?
-No.
-¿Qué ves?
-Nada.
-¿Nada ves?
-Cojo la escopeta. La monto.
-¿Cuántos cartuchos pones?'
-Cinco.
-¿Qué piensas, cazar algún lobo?
-Sí.
-Bien...
-Tranquilo, tranquilo...
-¿Por qué dices tranquilo?
-No pasa nada.
-¿No pasa nada? Claro, ¿qué va a pasar?, ¿tienes miedo a los lobos?
-No hay.
-¿Qué ves?
-Dos hombres.
-¿Ves dos hombres?
-Sí.
-¿Por dónde vienen esos hombres?
-Por el camino.
-¿Está muy oscuro, verdad?
-Sí.
-¿Y cómo les ves?
-Los veo.
-¿A qué distancia los ves?
-Lejos.
-¿Y cómo les puedes ver?
-Brillan.
-¿Brillan?
-Sí  (Pausa. Julio repite para sí:) Tranquilo, tranquilo…. No pasa nada.
-¿Están parados?
-No, vienen.
-¿Ves las caras?
-Sí.
-¿Cómo son?
-Están conmigo.
-¡Ah! ¿Ya han llegado?
-Sí.
-¿Qué te dicen?
-No me dicen nada.
-¿Cómo visten?
-Verde.
-¿Oscuro?
-No, verde claro. Es una sola pieza. Son... son extraños.
-Dime más de ellos.
-La cabeza amarilla.
-¿La cabeza amarilla?
-No, la ropa en la cabeza... una capucha… como un verdugo amarillo.
-¿Ves los rostros? ¿Cómo son sus facciones?
-Los ojos (perplejo) son muy grandes.
-¿Y su nariz?
-Larga y muy fina. No tienen pelo.
-¿No tienen pelo?
-(Con cierto asombro.) No, no tienen nada, ni cejas...
-¿Y las pestañas de qué color son?
-No tienen.
-¿No tienen pestañas?
-(Extrañado.) No tienen nada.
-¡Qué raro!
-Sí.
-La barbilla es pequeña, ¿no?
-No.
-¿Cómo es la barbilla?
-(Casi con miedo.) Muy larga. Es muy larga.
-Oye, mira sus manos, ¿cómo son?
-Llevan guantes.
-¿Guantes verdes?
-No, amarillos.
-¿Llevan botas?
-No veo. Es... es el traje. (Como esforzándose por distinguir en la oscuridad.)
-¿Dónde está Mus en este momento?
-Conmigo.
-¿Se ha tranquilizado ya?
-No.
-¿Qué hace?
-Yo le sujeto.
-¿Te hablan?
-No, no me hablan.
-¿Con qué mano sujetas a Mus?
-Con la izquierda.
-¿Qué te dicen?
-Que vaya con ellos.
-En español, ¿no?
-No.
-¿Cómo te lo dicen?
-Lo siento.
-¿Abren la boca? ¿Es muy aguda la voz?
-No.
-¿Es una voz extranjerizada?
-No hablan.
-¿No hablan?
-No.
-¿Y cómo te lo dicen?
-Lo sé, sé que me lo dicen. Lo siento. Lo siento.
-¿Dentro de ti?
-Sí.
-Pero, ¿entiendes lo que te dicen?
–Sí.
-¿Qué te dicen?
-Que vaya con ellos.
-¿Estás muy asustado?
-No.
-¿No?
-No.
-Pero esas personas son muy extrañas, ¿no?
-Son buenos.
-Pero, ¿cómo lo sabes?
-Lo sé.
-Pero, ¿cómo?
-Lo sé.
-Pero si tú no los conoces
-Lo sé.
-¿Vas con ellos?
-Sí.
-¿Mus se ha quedado en el coche?
-No.
-¿Le sujetas?
-No.
Ah!, está suelto ya
-Sí, corre.
-¿Es de noche todavía?
-Sí.
-Oye, ¿brilla el traje?
-No.
-¿No brilla?
-No. (Parece que el traje reluce sólo visto desde lejos, a Julio le extraña.)
-¿Qué llevas tú en este momento? ¿Llevas algo  encima de ti?
-Sí, ropa. (Contesta literal y escuetamente a las preguntas)
-¿La escopeta te la has dejado en el coche?
-No, la llevo.
-En la mano, claro.
-No.
-¿No la llevas en la mano?
-Colgada.
-¿Dónde, en el hombro izquierdo?
-No, en el derecho.
-¿Está descargada?
-No, está cargada y montada.
-¿Hace frío?
-Sí.
-¿Tú echas vaho?
-Sí.
-¿Y ellos?
-No.
-¿No abren la boca?
-No.
-¿Adónde vais?
-Vamos por el camino.
-Descríbeme el camino.
-Llano.
-¿Qué más?
-Giramos.
¿Giráis, por dónde?
-A la izquierda.
-¿Qué ves a tu izquierda?
-Llano... lomas.
-¿Notas cómo crujen los vestidos de estos seres al andar?
-No, no hacen ruido.
-Dime, ¿tropiezan al andar?
-No.
-¿Qué ves ahora?
-Subimos. (Julio parece fatigado.) Suben muy de prisa.
-¿Van muy de prisa?
-Sí.
-¿Qué te pasa?
-Voy cansado. (Sin duda, llegan al repecho.)



La conducta y el atuendo de los tripulantes

Pregunta: J. A. Campaña. Entrevista en estado vigil.
-Disculpa por volver atrás en el relato, ¿no pensaste nunca utilizar tu arma?
-No, al verlos venir bajé la escopeta, luego cerré las puertas y el capó del coche, cogí a Mus con la mano izquierda –no fuera  a morderles- y me adelanté hacia el camino, recuerdo que sostenía la carabina con la mano derecha, por si las moscas,  pero nada más.
-¿Encuentras lógica tu reacción?
-La verdad, no, y no se puede justificar por el asombro o la perplejidad que, desde luego, sentía. Te confesaré que me vi obligado a hacer auténticos esfuerzos para no salir a su encuentro,  era como si me atrajeran.
-Dime detalladamente cómo se comunicaban contigo.
-Es difícil explicarlo. Parecían impulsos. Yo sentía lo que ellos  pretendían. Lo he definido, en alguna ocasión, como si me pasaran diapositivas mentales, pero no es del todo correcto. Digamos que captaba ideas que no eran mías, aunque con una claridad meridiana y una rapidez asombrosa: recibía en segundos bloques de información.
-¿Te tranquilizaban?
-No dejaban de hacerlo.
-¿Les captabas en español?
-En un idioma que yo entendía.
-¿Tú hablabas?
-Me comunicaba mentalmente, y notaba que ellos me recibían. Era una conversación muy rápida, antes de finalizar una pregunta, ya estaba llegando la respuesta.
-¿Te trataban como a uno más?
-Hombre, efusiones no hubo. Vamos, te diría que nunca me tocaron físicamente (que yo recuerde). Eran amables pero cada cual en su sitio, claro, que también actuaban así entre ellos. Parecían fríos, muy calculadores.
-¿Hacían ademanes?
-Los mínimos posibles, sólo les vi gesticular en un par de ocasiones. Movían los brazos para trabajar o realizar algo concreto; si no, permanecían con ellos a lo largo del tronco.
-¿Resultaban indolentes?
-«Pasotas», diría yo, nada turbaba su calma. Sin embargo hacían su trabajo con gran rapidez y seguridad, lo descubrí en la nave.
-¿Les considerabas superiores a nosotros?
-Tecnológicamente, sí, pero no en cuanto a cultura.
-¿Qué quieres decir?
-Que aquella gente no tenía un Beethoven, pongo por caso. Eran prácticos y directos. Les  interesaba la ciencia en su aspecto de aplicación inmediata.
-¿No tenían un Beethoven por incapacidad?
-O porque habían superado esa etapa evolutiva; contemplándoles,  veía al hombre del futuro, como seríamos nosotros dentro de milenios.
-¿Te parecían científicos?
-Mitad científicos, mitad militares. Se movían con gran  disciplina, cada uno pendiente de su misión.



-¿Como nuestros astronautas?
-Mucho más ordenadamente.
-Pasemos al atuendo.
-Era extraño, pero no excesivamente. Vestían un buzo sin costuras, de una sola pieza, que llegaba hasta los pies. Era de color verde pastel. No tenía cremalleras, ni aberturas, pero sí un frunce en el talle como nuestros pullovers.
-¿Era ceñido?
-Lo suficiente para que resalten los músculos, como una camiseta de verano.
-¿De qué material estaban confeccionados?
-Se parecía al plástico de los anoraks, aunque más blando y  elástico. No observé fibras, hilado, ni dibujo, aquello era liso.
-¿Crujía al moverse?
-Yo juraría que no.
-¿Viste su calzado?
-No, pero quizá llevaran botas cortas bajo el buzo, ya que no aprecié relieves a la altura de los tobillos.
-Pasemos al verdugo.
-El verdugo, como los guantes que llevaban, tenía un color amarillo claro. Ambas prendas estaban hechas de similar al punto de seda, muy fino.
-¿Se pegaban al cuerpo?
-Los guantes, por supuesto, y el verdugo también en la parte que cubría el cráneo. Como sólo dejaba la cara al descubierto y caía suelto hasta los hombros, les daba un aire muy a lo «guerrero del antifaz».
-Describe los guantes.
-Cortos, con 5 dedos, normales. Parecidos a los que usan los soldados en el servicio militar.

El aspecto físico

-¿Cómo eran ellos?
-Muy fuertes. Su anchura de hombros resultaba desproporcionada; quizá destacaba tanto porque el verdugo se ajustaba en esta zona. Los dorsales, potentes, salían hacia fuera. No es que estuvieran «cuadrados», pero tenían una complexión atlética,  propia de individuos acostumbrados a prácticas deportivas;  me recordaban un poco a los jugadores de baloncesto.
-¿Por su altura?
-En parte, sí; medirían unos 2 m, pero también por su tipología: eran estrechos de caderas.
-¿Se diferenciaban sus músculos de los nuestros?
-Presentaban diferencias de matiz. Los brazos llegaban hasta las corvas, aunque para largas, las manos.
-¿Te impresionaron?
No veas! Eran débiles y huesudas, muy frágiles, como de pianista. Su aspecto llamaba la atención, sobre todo, aquellos dedos interminables y no más gruesos que un “colín” de los finos. Parecían como de viejo, por lo sarmentosas y nudosas, sólo se distinguían los tendones y el hueso bajo la piel, diríase que nunca habían cogido un pico o levantado un peso.
-¿Viste uñas?
-Sí, normales, cortas y limpias, pero volviendo a las manos resaltaban porque no correspondían al cuerpo; aquellos individuos parecían otros de muñecas para abajo.
-¿Y la cabeza?
-También ofrecía diferencias. La frente subía recta un buen tramo, para curvarse muy arriba; era más saliente que nuestra, y también mayor.
-¿Recuerdas la típica prominencia sobre los ojos? (Nos referimos al «toro supraorbital».)
-Sí, muy abultada. Lo que no vi fueron cejas, pestañas ni rastro de barba o pelo. Carecían de él hasta en los orificios nasales, me estuve fijando.
-¿Y las sienes?
-Los parietales estaban muy desarrollados. Su abombamiento y tamaño eran considerables. No es que tuvieran cabeza de bombilla, pero casi. Tampoco vi orejas, aunque podía taparlas el verdugo.
-¿Crees que esta prenda ocultaba un casco?
-No.



-¿Qué recuerdas de los ojos?
-Todo, porque jamás podré olvidarlos. Eran dos «faros» en la cara,  destacaban fuertemente. Los párpados tenían un contorno ovalado, no terminado en ángulo o pliegue, como los humanos. El iris, gigantesco, era de doble tamaño que uno normal y su color, un azul claro, casi transparente. La pupila parecía dilatadísima, confiriéndoles un mirar hipnótico, como de continuo susto, aunque -paradójicamente- tranquilizador.
(El color de los ojos es una de las pocas diferencias que hay entre el caso Julio y el de Aveley. Cf. p. 144.)
-Describe el resto de la cara.
-Muy huesuda. La nariz era fina y larga. Los pómulos destacaban. Sus rasgos me traían a la memoria esas figuras vascas talladas en madera, eran duros y angulosos.
-¿Y la boca?
-Apenas una línea, la enmarcaba un trazo rosado, también muy fino, a guisa de labios.
-¿Recuerdas algo más?
-El  mentón. Era enorme. Sobresalía hacia fuera y abajo, terminando en punta. Tenía aspecto de cono aplastado.
-¿Te fijaste si sudaban?
-Aseguraría que no, aunque poros tenían. Los vi en su piel cerúlea, blanquísima, típica de personas que nunca han recibido los rayos del sol.
-¿Crees que vivirían en ambientes fríos?
-Fríos, lo ignoro, pero sin luz, seguro. Su aspecto era nórdico; además, por el color desvaído de sus ojos, pienso que la luz les dañaba; dudo, incluso, que pudieran mirar de frente una  bombilla.
-¿Notaste si veían en la oscuridad?
-Mejor que nosotros, fijo. Iban por el camino a un «cisco» impresionante,  me costaba seguirles; piensa que, por cada paso suyo, yo tenía que dar uno y medio.
-¿Qué destacaba más en ellos?
-Su modo tan cerebral de hacer todo. Parecían desprovistos de pasiones. Iban andando y daban la impresión de meditar cada  paso. Si me apuras, parecían computadoras con piernas.
-¿Se desplazaban normalmente?
-De un modo muy peculiar. Su andar era majestuoso, elegante,  rítmico. Batían de punta como los atletas.
-¿Puedes matizar esto?
-Imagínate a Fred Astaire, que anda y parece que va bailando; bueno, pues algo así. Tal era su acompasamiento. Ó, poniendo otro ejemplo, como las jirafas, que tienen un andar pausado,  lento, armonioso, porque su centro de gravedad está muy alto.
-Has dicho gravedad: ¿crees que estaban habituados a la nuestra?
 -Se movían ágilmente y sin problemas, pero si, de improviso, hubieran dado un salto de 15 metros no me habría extrañado.
-¿No serían proyecciones?
-Eran tan palpables como tú y yo.
-Un detalle: ¿echaban vaho al caminar?
-Ellos no sé; yo echaba el bofe. La subida del repecho me cogió en frío. Desde luego, vi que llevaban la boca cerrada.
-Su aspecto era bastante extraño, ¿no?
-¡Cuidado! Que yo he visto tíos más feos por la calle. Resultaban un poco raros, pero también muy humanos, tanto que casi me desilusionaron. Con gafas y barba postiza podrían pasar desapercibidos en cualquier país escandinavo.
-¿Les diferenciabas entre sí?
-Perfectamente. El que estuvo siempre conmigo parecía el más bajo; el otro, que nos acompañó por el camino, era el intermedio en altura, y el tercero, que nos esperaba en la nave poseía mayor estatura y ojos casi transparentes.
-Así que de «robots», nada.
-¡Nada!




La nave

-Bueno, Julio, creo que va siendo hora de volver al relato. ¿Donde lo dejamos?
-En el repecho.
-Eso es, subisteis por allí  y, ¿Qué  pasó?
-Que inmediatamente vi la nave. Bueno, para ser exacto, casi me di de bruces con ella. Estaba oculta tras dos lomas en el fondo de una vaguada. Yo esperaba encontrar algo, hasta pensé en un platillo volante, pero ¡caramba! no de tales dimensiones. Al principio, pude apreciar sólo su parte izquierda (el resto lo tapaba una loma), pero palabra que me bastó.
-¿Cómo reaccionaste?
-No reaccioné. Simplemente me quedé boquiabierto en mitad del camino, sin fuerzas para seguir. Fue como si Maria hubiera visto a Dios. Yo, un escéptico hasta entonces, tenía frente a mí 70 m de nave extraterrestre.

1. En mi libro ¿De veras, los ovnis nos vigilan?  Describo el encuentro del montañero catalán y contactado Jaume Bordas, con un ser de similares características y forma de andar idéntica, en el macizo del Canigó y en el año 1951. Creo que vale la pena poner de manifiesto esta similitud. Bordas es un contactado (contactee) clásico, con el consabido episodio de la infancia. Yo se lo presenté a Jacques Vallée, quien le dedica gran espacio en su libro Messengers of  Deception (no publicado en español en el momento de escribir estas líneas)

-¿Qué hicieron tus acompañantes?
-Tuvo gracia; al menos, la tiene ahora. No notaron que me había detenido y siguieron andando; tomaron una desviación que salía a la derecha hacia el fondo de la vaguada. Al comprobar que yo estaba parado, se detuvieron.
-¿Te tranquilizaron?
-Bueno, ya sabes que no eran muy locuaces; en realidad, habíamos hecho todo el camino en silencio. Dejaron que yo solo me repusiera del shock y asimilara lo que estaba viendo. Tras unos instantes de estupor, bajé por la vaguada, creo que por propia inercia; no sé cómo no me maté, mis ojos se negaban a apartarse de la nave.
-¿Te seguían flanqueando?
-No, se colocaron delante y detrás de mí. El sendero era más estrecho y accidentado que el anterior. Al llegar abajo, al sembrado donde estaba la nave, volvieron a flanquearme.
-¿Y Mus, dónde andaba?
-¡Para Mus estaba yo! Sólo veía aquella especie de seta gigante colgada, como por arte de magia, a 4 m del suelo; permanecía allí, completamente inmóvil, sin nada que la sujetara. Para colmo, el silencio era absoluto; no se percibía el mínimo zumbido de motores.
-¿Qué viste al acercarte?
-Fui precisando detalles. La nave tenía forma de plato sopero invertido. Parecía enteramente metálica, de un tono plata mate. Las alas o plano de sustentación ocupaban más de los dos tercios del fuselaje. Desde luego, era preciosa. Entre la cúpula y el ala, discurría un anilló que llegaría al metro y medio de altura. De él, como si fuera del propio metal, surgían resplandores de distintos tonos. Los azules, verdes, rojos y amarillos se sucedían sin transición aparente. El anillo daba la impresión de girar de derecha a izquierda, al contrario que las agujas del reloj, pero se trataba de un falso efecto óptico, similar al que producen los letreros luminosos. El brillo que salía de allí era muy apagado, como el de un metal al rojo.
-¿Viste algo más?
-Arriba, casi al final de la cúpula, distinguí unos rectángulos verticales y oscuros, que luego resultaron ser las ventanas de  la sala.
-¿Qué medidas calculaste a la nave?
-Tendría la altura de un tercer o un cuarto piso. Del vértice de la cúpula al borde inferior del ala, habría 15 o 20 m; el diámetro oscilaría entre 60 y 70 m.
-¿Cómo era el lugar donde estabas?
-Muy resguardado, un auténtico puesto de caza; la carretera pasaba a sólo 400 m. Se ve que aquella gente iba a agarrar un chalado y me tocó a mí. En fin... El platillo se cernía sobre dos sembrados entre los que pasaba un camino. El centro del aparato estaba sobre el sembrado de la izquierda, aunque el ala cubría unos 10 m del sembrado de la derecha.
-¿Avanzasteis hacia la nave?
-Sí, nos metimos por debajo del ala y caminamos hacia su centro geométrico. Recuerdo que nos desviamos del sendero en un ángulo de 30 o 40 grados. Yo estaba perplejo, sobre mí, y en todas direcciones, se extendía un paraguas interminable. Aquella superficie era lisa por completo, como hecha de una pieza, sin remaches ni tuercas de ningún tipo.
-¿Se produjo algún incidente especial?
-Parece que al internarnos por allí, noté un fuerte olor a pino u ozono, quizá producido -según me han dicho- por el campo iónico; yo, desde luego, puedo asegurarte que a bordo olía exactamente igual. También, la carabina y la navaja que llevaba fueron atraídas hacia arriba, lo que habla de un campo magnético muy potente. Aunque debo aclarar que esto no lo recuerdo en estado consciente, sino sólo en trance hipnótico.
-¿Qué sucedió después?
-Como surgiendo del mismo centro, vi descender un cilindro metálico que se detuvo a una cuarta del suelo. Era también liso y bajó silenciosamente.
-¿Distinguiste junturas en él?
-En absoluto. El cilindro parecía una prolongación natural del ala, como si ésta creciera hacia abajo. Mediría aproximadamente 4 m de alto por 2,5 de ancho.
-Continúa, por favor. .
-Entonces, para mi asombro, se abrió frente a nosotros una  puerta en guillotina, ascendió una hoja, descubriendo un habitáculo iluminado por una luz extrañísima.
-¿Por qué extrañísima?
-Era desconcertante, realmente «marciana», incluso más que ellos y que el platillo. Su color blanco te impresionaba, resultaba purísimo; no obstante, no dañaba a la vista. Debo admitir que sentí miedo. Antes de entrar allí, me lo pensé dos veces, las cosas como son.

Sesión hipnótica. Octubre de 1979

(Julio y sus acompañantes acaban de subir el repecho.)
-¿Qué ves?
-Subimos. Grande. Ala derecha.
-¿Qué ves?
-(Entre asombrado y sobrecogido): es… es… muy grande.
-Muy grande, ¿qué?
-Es muy grande.
-¿El qué es?
-Algo.
-¿Algo?
-Una nave... platillo.
-¿Es un platillo?
-Sí.
-¿Cómo es?
-Muy grande.
-¿Lo ves desde abajo o desde arriba?
-Desde arriba.
-Descríbelo.
-No lo veo entero. . .
-¿Qué parte ves primero, la derecha o la izquierda?
-La izquierda. Bajamos.
-Cuéntame lo que ves.
-La nave. . .
-¿Tiene letras la nave? ¿Observas algún grafismo?
-No.
-Háblame de ella.
-Es plateada, lisa, hay luces.
-¿Brilla en la oscuridad?
-No, es la luz de colores.
-¿Ellos van delante?
-No, a mis lados.
-Oye, ¿está flotando la nave?
-Si.
-¿A qué altura, 30 o 40 m?
-No.
-¿Como cuánto?
-No lo veo, flota.
-Pero hay unos pies sustentadores, ¿no?
-No (extrañado), no hay nada.
-Hace mucho ruido la nave, ¿verdad?
-No.
-¿No oyes como un motor?
-(Perplejo): Nada. No oigo nada.
-Mira al cielo, ¿hay nubes?
-No.
-¿Ves algún resplandor?
-Sí.
-¿Qué ves?
-Luces.
-¿Dónde?
-En la nave.
-¿Cómo son?
-Son colores que giran.
-Pero, ¿dónde están esos colores?
-En la nave.
-¿Cómo es ésta?
-Es muy grande.
-¿Qué forma tiene?
-Es un platillo volante.
-Pero, ¿qué forma tiene?
-De platillo volante.
-Sí, pero hay mucha tipología de platillos volantes...
-Es como una seta.
-¿Ves ventanas?
-Sí.
-Son blancas, claro.
-No.
-¿Están iluminadas?
-No.
-¿De qué color son?
-Negras.
-¿Dónde está el centro de la nave, a la derecha o a la izquierda?
-A la izquierda.
-¿Dónde estás en este momento?
-Voy con ellos, en el camino.
-¿Os acercáis a la nave?
-Sí, giramos a la izquierda.
-¿Y luego, qué haces?
-Entramos debajo.
-¿Qué notas?
-(Muy desasosegado): i La escopeta !
-¿Qué le pasa a la escopeta?
-Sube.
-¿Sube? ¿Cómo va a subir?
-En el hombro.
-¿Sube sola?
-Sí, sube. La navaja...
-¿Dónde está la navaja?
-En el bolsillo.
-¿En cuál?
-El izquierdo de abajo.
-¿Y qué notas a la navaja?
-Sube también.
-Pero, ¿cómo sube?, no comprendo...
-La escopeta me tira. El pelo también sube...
-¿Notas que el pelo se queda tenso?
-Sí.
-¿Y la barba, también?
-Sí. Baja...
-¿El qué baja?
-Un cilindro.
-¿Un cilindro?
-Sí.
-¿De dónde?
-Del centro.
-El cilindro llega al suelo, ¿no?
-No, se queda un poco más arriba del barbecho.
-¿De qué color es el cilindro?
-Es plata.
-¿Qué hay en el cilindro?
-Sube una puerta.
-¿Dónde están ellos, Julio? ¿Dónde se encuentran en este momento?
-Conmigo.
-¿Contigo?
-Sale, sale luz (con un deje de extrañeza), mucha luz.




El cilindro y los pasillos

Pregunta: J. A. Campaña. Entrevista en estado vigi1.
-¿Quién entró primero en el cilindro?
-Pues quizá yo, aunque no es seguro. Ahora que lo dices creo -y digo creo- que me cedieron el paso como buenos anfitriones. Hasta puede que me enviaran, mentalmente un cordial «adelante».
-El hecho es que te introdujiste allí.
-Sí, en una estancia cilíndrica de 2,50 m de ancho por 4 de alto. Las paredes eran del mismo metal mate que el exterior de la nave. El techo parecía de cristal esmerilado o plástico, tenía un color blanco opaco y resultaba muy brillante. La luz surgía de todos y cada uno de sus puntos.
-¿Como si poseyera luminosidad propia?
-Eso es. Comprenderás que la claridad reinante era total. Había mucha luz, y blanquísima, pero a la vez, muy suave. Estaba hecho un lío...
-¿Os encontrabais holgados?
-Sobraba espacio para 8 personas más: aquello ofrecía tanta amplitud como un ascensor de El Corte Inglés.
-Describe el cilindro.
-Si la memoria no me falla, la puerta llegaba hasta el suelo; sin embargo, no alcanzaba el techo, se quedaría a medio metro de él o algo más. De anchura tenía 1,50 m, aproximadamente.
-¿Entró el perro con vosotros?
-No, lo hizo después, cuando salí a recogerle. Se negaba seguimos y mira que lo llamé; me extrañó porque es muy obediente y siente auténtica pasión por mí, pero, ya ves, decía que no. Me vi obligado a arrastrarle por el collar.
-¿Y luego?
-Descendió la puerta y subió el ascensor, todo en completo silencio. Me pareció que la hoja era doble; una de las láminas pasó entre las dos paredes del cilindro, de modo que la veía surgir, sin saber de dónde. Otro detalle: entre la puerta y el ascensor quedó una fina juntura.

1. Existen en la casuística mundial varias naves de este tipo con el mismo cilindro axial: caso Oskar Linke, caso Mario Zuccala, caso de Guadalajara. etc. (Véase mi obra El gran enigma de los P. V.: Plaza y Janés, pp. 124-125.)

-¿Qué pensabas según subías? ¿Temiste que fueran a raptarte?
-No, es algo que nunca pasó por mi mente; sabía que nada debía temer en este sentido. Iba estupefacto, fijándome en todo con gran asombro. Era consciente de estar entre los pocos humanos que habían vivido una aventura así.
-¿Ascendisteis a mucha velocidad?
-Hombre la de un ascensor normal, pero rápido. Nos detuvimos de forma suave, se elevó otra vez la puerta y me encontré ante un corredor de sección rectangular e iguales proporciones que el ascensor.
-2,50 por 3 m, ¿no?
-Sí, las paredes eran del mismo metal, y creo que el suelo también,  aunque no lo recuerdo, piensa que iba pendiente de la luz. Ésta emanaba del techo, cuya forma me paso igualmente desapercibida. Recuerdo, sin embargo, que proyectaba luminosidad y que estaba construido del mismo plástico ó cristal que había visto antes.
-¿Seguisteis por el corredor?
-Avanzamos por allí unos 8 m. Ellos Iban flanqueándome, como siempre. Cuando llegamos al final, torcimos a la derecha por un corredor circular que parecía rodear la nave. Su pared interior era metálica y recta, pero la exterior se curvaba, como un arbotante, supongo que siguiendo la redondez de la cúpula. Anduvimos otros 8 o 10 m por este segundo pasillo que describía una curva muy cerrada; en él resultaba muy difícil orientarse, pero pienso que nunca llegamos a describir un arco de 90 grados. En el lado de dentro, observé dos puertas equidistantes entre sí y también metálicas, que medirían 2,20 m de ancho por 2,50 de alto.
-¿Viste junturas en esas puertas?
-Sí, como en el ascensor. Eran muy delgadas Y no se distinguían goznes ni bisagras.
-¿Tampoco asas o picaportes?
-Nada de nada. Aquello tenía un aspecto de lo más aséptico. ¡Ah!, un punto muy importante. No existían ángulos interiores.
-¿A qué te refieres?
-Que en los pasillos, como más tarde en la sala de arriba, no había aristas internas. Las paredes se continuaban con el techo mediante una curva suave.
-Comprendido.
-Bien, seguimos por el pasillo circular y, de repente, nos encontramos con una escalerilla de mano. A mí, la verdad, me extraño el hallazgo.
-¿Por qué?
-No es lógico que gente con una tecnología capaz de mantener una nave ingrávida a 4 m del suelo, necesite una escalera para ascender de nivel.
-Describe la escalera, por favor.
-Se asemejaba en todo a las escaleras de las piscinas. Estaba fuertemente implantada en el suelo. El pasamanos era cilíndrico, de escaso grosor, podías cerrar perfectamente la mano sobre él. Cada 40 centímetros había un escalón semicilíndrico con la parte plana hacia arriba, para posar el pie, los escalones poseían un buen tamaño; los recuerdo muy bien porque,  gracias a ellos, descubrí la gran longitud  de las manos de mis  «amigos».
-¿Y eso?
-Primero, subió uno de ellos. Fue cuando me fijé: agarraba el escalón con toda la mano, pasando el pulgar por debajo i y aún le sobraban dedos! Por cierto, que ascendió a una velocidad vertiginosa, de dos saltos estaba arriba.
-¿Viste las suelas de sus zapatos?
-Supongo que sí, pero las he olvidado; aunque apostaría a que eran lisas y de un material suave como el fieltro porque no hacían ruido al tocar el suelo.
-Volvamos a la escalera.
-Cuando subí, la noté desusadamente fría, su temperatura no era propia de un metal.
-¿Parecía hielo?
-No tan fría. Recientemente, me detuve a beber agua en una fuente de la Casa de Campo, puse la mano en el caño y noté la misma sensación, ¿entiendes ahora? (Herb Schirmer declara también que tocó una escalerilla que parecía gélida)
-Sí, un frío que se mete en los huesos.
-Exacto. ¡Ah!, y otra cosa: la escalerilla era metálica pero no como las paredes, sino cromada y muy brillante.
-Te costaría trabajo ascender con la escopeta y el perro ¿no?
-Sí que me costó. Llevaba la escopeta sobre el hombro izquierdo, mientras que con el brazo derecho sujetaba a Mus. Subí con las piernas, utilizando sólo la mano izquierda para apoyarme ligeramente y guardar el equilibrio. De algo tenían que servirme tantos años de montañismo.
-¿No te ayudó el otro?
-¿Ayudarme? Aquella gente iba a lo suyo, ni por un momento abandonaron su cara de póker.
-¿Prestaste atención a la forma del techo?
-No lo recuerdo, pero puedo asegurar que no era grueso, de unos 10 cm como mucho, porque rápidamente aparecí en sala. Un último dato: el orificio del techo tendría unos 80 cm. de diámetro, y la escalera, como es lógico, una anchura algo menor.

Sesión hipnótica. Octubre de 1979

-¿Qué hace el perro en este momento?
-No le veo. i Ah, sí! (Parece que lo ha encontrado.)
-¿Qué hace?
-Está detrás, quieto.
-¿No está asustado?
-Si
-¿No te extraña que esté asustado y al mismo tiempo quieto?
-Si. (Julio llama al perro.) Mus, Mus, ven aquí (silba); ven aquí Mus (silba); Mus no quiere entrar. (Pausa.) Ya viene. Vamos,  ven .aquí. No quiere. Salgo a por él. Vamos, vamos, ven. Ya estamos los cuatro.
-¿Dónde?
-En el cilindro.
-Oye, ¿quién entró primero?
-Yo.
-¿Has entrado tú primero?
-Sí.
-¿Te han cedido el paso? ¿Te han dicho que entres tú primero?
-Sí.
-Y luego entran los otros, ¿no?
-Sí.
-¿Quién te ha invitado a entrar?
-El.
-¿Te lo ha dicho mentalmente?
-Sí.
-¿Quién te ha invitado a entrar, el más bajo o el más alto?
-El más bajo.
-Pero, ¿cómo te han invitado? ¿Con la mano?
-Me ha empujado.
-¿Bruscamente?
-No, muy suave, en la espalda, muy suave.
-¿Estáis dentro ya?
-Sí.
-¿Qué llevan en las manos ellos?
-Guantes.
-¿Qué hacen con los guantes?
-Se los quitan.
-¡ Ah!, se los han quitado.
-Sí, dentro del cilindro.
-¿Cómo son las manos?
-(Muy impresionado): Son raras, largas.
-¿Se nota el vello?
-No tienen. (Hace gestos de desagrado.) Son muy largas, esqueléticas, desagradables.
-¿Por qué son desagradables?
-Son muy delgadas...
-¿Como femeninas?
-No.
-¿Por qué te desagradan?
-Parecen huesos.
-¿Se han metido los guantes en el bolsillo?
-No.
-¿Qué hacen con ellos?
-Los ponen en el cajón.
-¿En qué cajón?
-En el cilindro.
-Descríbeme el cilindro.
-Es metálico plata.
-¿Cómo es la puerta?
-Se ha bajado.
-¿Se ve la juntura de la puerta?
-Sí.
-¿Está oscuro?
-No.
-¿Hay una lámpara arriba?
-No.
-Entonces, ¿de dónde sale la luz?
-De arriba.
-¿Se ve bien?
-Sí.
-Dime, ¿cómo es la luz?
-Blanca.
-¿Y sale del techo?
-Sí.
-¿Está todo iluminado? ¿Como si fuera un plafón?
-Sí, blanco.
-¿Subís?
-Sí, los cuatro.
-¿Qué llevas? ¿Una cazadora?
-Sí.
-Mírate, ¿notas las sombras?
-Sí.
-Mira al suelo, ¿ves alguna sombra?
-No.
-¿Cómo es el suelo?
-Es metal plata.
-¿Igual que las paredes?
-Sí.
-¿Qué hacéis ahora?
-Para.
-¿Qué sucede?
-Sube la puerta.
-¿Y qué más?
-Sale Mus.
-¿Dónde vais?
-Hay un pasillo.
-¿Ves ángulos en el pasillo?
-No.
-¿Y cómo es el pasillo?
-Rectangular.
Si dices que no tiene ángulos!
-No hay ángulos, son curvas.
-¿De qué color son las paredes?
-Plata.
--Habrá luz, ¿no?
-Sí.
-¿De dónde parte?
-Del techo.
-¿Ves lámparas repartidas?
-No.
-Fíjate bien en la sección del pasillo, ¿es más ancho que alto?
-Es más alto que ancho.
-¿Quién va primero?
-Mus.
-¿Y después?
-Nosotros.
-¿Dónde vais ahora?
-A otro pasillo.
-¿Cómo es?
-Circular.
-¿Qué sección tiene?
-Es recto y curvo.
-¿Cómo son las paredes?
-La derecha, recta y la izquierda, curva.
-¿Está iluminado el techo?
-Sí.
-¿Cómo es el suelo?
-Plata.
-¿Y no resbalas en él?
-No. (Pausa.) (Extrañado.) Una escalera.
-¿Hay una escalera?
-Sí.
-¿Cómo es?
-Recta y vertical.
-¿Qué tiene a los lados?
-Barras.
-¿De sección rectangular?
-No, son cilindros.
-Ya, pero tendrá peldaños, ¿cómo son?
-Son rectos y curvos.
-No lo comprendo.
-Curvos abajo, rectos arriba.
-¿De qué material están hechos?
-Metal abajo, goma arriba.
-¿Quién sube primero?
-Él.
-¿Está ahora por encima de ti?
-Sí.
-¿Cómo son las suelas?
-Verdes.
-¿Lisas?
-Sí.
-¿Qué haces?
-Subo.
-Y el perro va detrás, ¿no?
-No, lo tengo que subir yo.
-Pero es muy difícil, ¿cómo lo subes? (En su día, Julio nos demostró que era capaz de subir una escalera vertical cargando a Mus)
-La escopeta, a la izquierda, y lo cojo.
-¿Coges al perro?
-Sí.
-¿Dónde llevas la escopeta?
-Al hombro izquierdo.
-¿Te la has cambiado?
-Ahora.
-¿Y cómo coges al perro?
-Con el brazo derecho.
-¿Cómo puedes subir?
-(Seguro de sí mismo): Es fácil.
-¿Hasta dónde subes?
-Hasta arriba.
-¿Qué hay arriba?
-(Con gran asombro): Hay luz, hay mucha luz.
-¿Hay mucha luz?
-Sí.


La sala

Pregunta: J. A. Campaña. Entrevista en estado vigil.
-Y llegaste a la sala.
-Sí, ascendí por la escalera y me quedé estupefacto; eso que a estas alturas, mi capacidad de asombro era ya mínima.
-¿Qué viste?
-Para empezar, a un nuevo individuo que, en plan saludo, me lanzó un «tranquilo, no pasa nada». Era el más alto de los tres y apareció por detrás y a la derecha, procedente de una zona donde había un panel con aspecto de computadora.
-Háblame de la sala. .
-El elemento más característico y también más enigmático volvía a ser la luz. Si en los pasillos me había sorprendido, allí logró sobrecogerme. No producía la más pequeña sombra. Veías  los colores planos, como en un muestrario de papel, ¿comprendes?
-Debía ser muy extraño, ¿no?·
-Imagínate un mundo blanco, nítido, puro, donde la oscuridad no existe, donde miras tu piel y puedes contar los poros, donde todo es como es, hasta las ideas, así era aquello.
-¿Por qué has dicho hasta las ideas?
-Aquella luz tenía algo de misticismo, de religiosidad, constituía un fiel exponente de mis acompañantes y puede que hasta de su filosofía. Allí no podías albergar malos pensamientos porque todo era limpio, todo se veía.
-¿Qué te inspiraba?
-Calma y paz, claro que también influía la estructura de la sala. Te explicaré por qué. Se trataba de una estancia semiesférica  hecha toda de aquel cristal o plástico blanco que irradiaba luz. Y esa luz era la clave; parecías inmerso en ella, surgía tanto de las paredes como del techo.(1) Resultaba agradable,  pues su resplandor, aunque blanquísimo, no hería a la vista. Tampoco en la sala existían ángulos interiores. La cúpula se continuaba con el mismo mediante una suave curva. Estos dos ingredientes, la luz envolvente y la ausencia de ángulos hacían que te sintieras como en una burbuja, protegido, pero a la vez libre, sin barreras, con mucho espacio ante ti, en un ciclorama de los que usan en cine; si no hubiera sido por las ventanas que se abrían en la pared, me habría resultado imposible calcular las distancias. Era maravilloso cuando te acostumbrabas.
-¿Y qué dimensiones poseía la sala?
-Unos 15 m de diámetro por 5 de altura. Te encontrabas amplio. Me dio la impresión de que aquello estaba con para viajes largos.
-¿Te preguntaste por qué la ausencia de ángulos?
-Sí que lo hice, y pensé que era una forma de eliminar los rincones y, con ellos, la acumulación de suciedad. Desde luego la sala estaba inmaculada, su limpieza rayaba en la asepsia.
-Por curiosidad, ¿producías ruido al pisar?
-Sí, y Mus también. Recuerdo perfectamente el sonido de las uñas del perro en el suelo. En cambio, ellos se movían en silencio, un poco a lo "Pantera Rosa», de esto deduje que llevaban un calzado especial.
-¿Notaste la misma gravedad fuera y dentro de la nave?
-No aprecié diferencias.
-Bien, no nos desviemos del tema inicial. Describe el mobiliario de la habitación. ¿Qué había allí dentro?
-Situándome en la salida de la escalera, tenía delante y a la derecha, una mesa de mandos. Se hallaba en el centro de sala, y no la veía frontalmente, sino sesgada.
-¿Cuál era su forma?
-De bureau o pupitre. También guardaba cierta semejanza con los órganos electrónicos.
-¿Cuánto mediría?
-Unos 2,5 m de largo. Sobre ella, reposando en unos pivotes metálicos, se alzaba una pantalla de cristal transparente. La mesa  descansaba en una plataforma circular del mismo material blanco que el resto del suelo.

1. Puede postularse una técnica consistente en la excitación molecular para crear una luminiscencia uniforme, sin focos concretos.

-¿Qué más había en la sala? ,
-En su semicircunferencia delantera se velan otras 3 mesas, pero más pequeñas que la central; no llegarían al metro y medio de longitud, por lo demás eran muy similares a aquélla.
-¿Dónde se encontraban?
-Casi adosadas a la pared, estaban dispuestas alrededor del  pupitre central en ángulos de 90 grados.
-¿Una enfrente y dos en los laterales?
-Eso es. Entre mesa y mesa habría sus 5 o 6 m, podías pasearte, vamos...
-Prosigue, por favor.
-Ante los pupitres se erguían unos sillones rarísimos. Eran altos y de forma cónica, con el vértice apuntando hacia el suelo. Lo que me extrañó -y aún me extraña- es que tocaran a éste en un solo punto. No comprendo cómo podían mantenerse en pie.
-¿Te refieres al sistema?
-Exacto. El hecho es que su vértice reposaba en una ranura tan fina, que parecía dibujada en el suelo. Carecían de otra sujeción. Eran de lo más curioso.
-¿Y detrás de ti, había algo?
-En el lado derecho, y también, junto a la pared, se encontraba un panel grande y cuadrado, de unos 4 X 4 m. Destacaba fuertemente del resto de los elementos.
-¿Por qué?
-Hombre no es que el mobiliario fuera una maravilla, pero guardaba una lógica que aquel panel rompía. Presentaba un color gris plomizo, en contraposición con las mesas y las sillas, que parecían forradas de skai negro u otro revestimiento parecido.
-¿Nos dejamos algo?
-Detrás, y a mi izquierda, vi una mesa rectangular de distinto material que los pupitres y las sillas. Era metálica y pavonada en negro como mi escopeta. De su parte derecha, surgía una pantalla cuadrada y opaca. Posteriormente, supe que esta mesa servía para prácticas quirúrgicas.
-Antes mencionaste unas ventanas.
-Sí, se hallaban repartidas a lo largo de la cúpula a intervalos de un metro y medio. Tenían forma rectangular con el eje mayor vertical y poseían cristales ahumados. A través de ellas, veías el campo como con unos prismáticos de rayos infrarrojos. Se distinguían perfectamente las formas y los colores a pesar de ser noche cerrada. Un último punto. La escalera, o mejor dicho, su pasamanos, se curvaba en un ángulo, de 180 grados, insertándose en el suelo. ¿Alguna pregunta más?

-Pienso que, como descripción general, es más que suficiente.



El examen del perro

-Has hablado de tus reacciones al descubrir la sala, ¿qué hizo Mus?
-Empezó a oler todo; las mesas, las sillas, incluso olfateó a ellos. El animal trataba de hacerse una composición de lugar.
-Allí olía a pino, ¿verdad?
-Sí, y de forma muy intensa. Es un olor que me encanta.
-Sigamos con el perro.
-Ellos no parecían estar habituados a los animales.
-¿Por qué?
-El más alto se quedó tenso, sin atreverse a mover un músculo, mientras Mus le olisqueaba, como si desconociera o le dieran miedo las reacciones del perro.
-Decías que Mus olió todo.
-Pero todo. Temiendo que decidiera marcar su territorio (orinarse allí, vamos) le di un grito, un grito que provocó entre mis anfitriones una gran sorpresa; los tres se volvieron de lo más asombrados.
-¿Crees que les extrañó oírte hablar?
-No, porque como aprecié más tarde, ellos también se comunicaban fonéticamente; intuyo que les impresiono la palabra «¡Mus!»; fue como si ésta tuviera algún significado en su lengua o les resultara familiar.
-¿Dónde estabas tú?
-Frente a ellos, a la izquierda de la escalera. En cuanto me repuse de la impresión que me causó ver la sala, les pregunté de dónde venían, a lo que respondieron con signos.
-¿Recuerdas alguno?
-Eran muchos, pero retengo sólo dos, los que recibía de forma insistente. El primero parecía un 3 y un 7 unidos, y el segundo se asemejaba a dos paréntesis opuestos y enlazados por un par de rectas.
-¿Entendías su significado?
-En absoluto. Por eso, les preguntaba una y otra vez lo mismo: «¿De dónde venís»?
-¿Y qué te respondían?
-«3, 7, cuadrado», es decir, el signo de los paréntesis.
-¿Has recordado más signos?
-Creo que también capté mentalmente una especie de «lambda» y una jota al revés con un trazo vertical.
-Volviendo a la conversación. ¿No se enfadaban por lo reiterado de tus preguntas?
-No; yo pedía una contestación y ellos me la daban, si no entendía su significado era cosa mía. En realidad, su tratamiento fue siempre cortés, demostrando un paternalismo no exento de paciencia y comprensión. No sé, hacían que me sintiera como un niño o como su hermano pequeño. Sabía que ellos estaban allí para protegerme y dar respuesta a mis preguntas.
-¿Te miraban por encima del hombro?
-No sólo que parecían tener la clave del conocimiento. Se notaba en su seguridad, en su gran aplomo. Viéndoles, pensabas que podían dominarse y dominar cualquier situación.
-Muy interesante.
-Bien, pues tras el asunto de los signos, me pidieron permiso para examinar al perro. Querían tomar muestras de sangre. Yo accedí inmediatamente, comprendiendo que no le iban a causar daño. Nos dirigimos todos hacia la mesa quirúrgica, y allí el más alto de los tres se hizo cargo de Mus que lo subió a la mesa, pasándole los antebrazos por debajo del cuerpo. Se comportaba como un profesional, sus movimientos eran rápidos y seguros.
-¿Colaboraba el perro?
-El pobre bicho estaba aterrorizado, tanto que ni oponía resistencia. Se quedó inmóvil al otro lado de la pantalla negra.
-¿Cómo era la mesa quirúrgica?
-Como te dije antes, pavonada en negro y totalmente metálica. Tenía forma de prisma y mediría unos 2,5 m de largo por 1,10 de altura, más o menos como la parte de la escalera que entraba en la sala. Sobre su tercio derecho, había una pantalla de cristal negro y opaco, descansaba en unos pivotes cilíndricos de metal cromado. Al lado izquierdo, y cerca del borde interior, se abría una depresión rectangular de 0,60 X 0,50 metros en cuyo fondo se hallaban dispuestas varias piezas de material quirúrgico. Supongo que eran similares a las nuestras, porque no atrajeron especialmente mi atención.
-¿Estaban niqueladas?
-Sí, pero poseían un brillo mate.
-¿Miraron a Mus por la pantalla?
-Eso creo, porque en ella no apareció ninguna imagen: Como era grande, de 0,75 X 1 m, el perro quedaba oculto de mi vista; no obstante, le tranquilizaba con la voz.
-¿Y después?
-Tras volver a Mus de un costado y de otro, el «practicante»-ahora verás por qué le llamo así- condujo al perro hasta la parte central de la mesa. Luego, sacó una jeringuilla y le extrajo sangre de una pata con una precisión admirable.
-¿Mus estaba tumbado?
-Medio agazapado. Continuaba tenso y lleno de miedo.
-¿Qué apariencia tenía la jeringuilla?
-Parecía metálica, al menos presentaba un color gris plomizo. Era estrecha y no muy larga, cargaría unos 10 cc. La aguja, fina y corta, formaba un todo con el resto.
-Su aspecto resultaba muy normal, ¿no?
-Hasta cierto punto. A los lados poseía dos anillas para introducir los dedos índice y corazón, y otra mayor, al final del émbolo, para el pulgar. Lo que sí me sorprendió fue la facilidad con que el individuo encontró la arteria, fue derecho a ella sin ningún titubeo. Creo que pinchó en la radial, aunque no recuerdo de qué pata.
-¿Qué hizo con la jeringuilla?
-La guardó en un cilindro metálico de color negro mate que sacó de detrás de la mesa. Dio un cuarto de vuelta, abrió un cierre en bayoneta e introdujo la jeringuilla; luego depositó el cilindro en el mismo lugar de donde lo ha había extraído; debía de haber estantes o algo así.
-¿Ya ti no te hicieron nada?
-Una vez que terminaron con el perro, se comunicaron conmigo; «ya que estás aquí, pasa tú también», me dijeron, dándome a entender que su auténtico objetivo era Mus. Noté que me tranquilizaban, no iban a pincharme. Entré por el lado derecho de la mesa y, tras permanecer unos instantes frente a la pantalla, me indicaron que eso era todo. Finalmente, acompañado por el más bajo de ellos, fui conducido hacia la mesa central.

La mesa y las sillas

-Dime la verdad, Julio: ¿no tenías un poco de miedo?
-No había habido tiempo para ello; ten en cuenta que iba de sorpresa en sorpresa. Simplemente, estaba estupefacto. Sin embargo, cuando mi amigo -desde ahora llamaré así al que me acompañaba- hizo un ademán mostrándome el asiento,  sentí temor ante la eventualidad de que aquello despegase.
-¿Por qué le llamas amigo?
-Notaba que me protegía; estaba pendiente de mis dudas y temores durante todo el tiempo.
-Así que te señaló la silla.
-Sí, al tiempo que recibía mentalmente un cortés «siéntate». Por cierto, te contaré una anécdota divertida. Verás, a mí, las sillas me traían a mal traer. No entendía cómo podían sostenerse sobre un solo punto. Además, como los otros estaban de pie... en fin, que me lo pensé dos veces antes de sentarme, cosa que hice con mucho cuidadito. Sólo faltaba que se corrieran la juerga a mi costa.
-¿Le viste reír alguna vez?
-¿Reír? ¿Ellos? ... i Qué va! Ya te he dicho que permanecían inmutables. El caso es que parecían tener una sonrisa constante; quizá influyera en esto que sus labios eran finísimos e inexpresivos. La verdad, no sabías si iban o venían.
-Te sentaste, pero no se cayó la silla.
-Afortunadamente; recuerdo que se balanceaba de modo agradable.
-¿Tu amigo tomó también asiento?
-Sí, lo hizo en la silla de la derecha, mientras que yo me acomodé en la que se encontraba a la izquierda. Ante nosotros estaba el pupitre central, lo pude observar a mis anchas.
-Oye, ¿y qué hacía él?
-Nada más sentarse, se puso a trabajar. Para mi asombro, levantó el posabrazos izquierdo, descubriendo unos botones plateados, los pulsó y su silla comenzó a girar a correr velozmente sobre la línea del suelo.
-Describe los sillones.
-Eran altos, como de un metro y medio. Parecían forrados, del mismo plástico o «skai» negro que las mesas, y resultaban cómodos porque no te hundías en ellos, su mullido era el justo. El respaldo tenía forma de peineta, sobresalía por encima de la cabeza y te envolvía por los lados; los brazos recordaban a esos que tienen las butacas de algunos cines, sus cantos eran curvos. Aunque los sillones presentaban forma cónica, el asiento se volvía cuadrangular, de unos 60 cm de ancho.
-¿Llegabas con los pies al suelo?
-Sí, porque estaba sentado en el mismo borde; sin embargo, mi amigo tenía la espalda apoyada en el respaldo y llegaba cómodamente a los mandos del pupitre.
-¿No sentiste la tentación de pulsar los botones de tu silla?
-Sí, pero me contuve, no fuera que saliera disparada. Te juro que sólo les faltaba hablar.
-¿Recuerdas cómo se sentaban ellos?
-Normalmente. Cuando cesaban de pulsar botones mantenían las extremidades sobre los posabrazos. La verdad es que se estaba bien allí, como en un sillón de orejas...
-¿Observaste tics? Quiero decir si ellos cruzaban las piernas o chasqueaban los dedos, por ejemplo.
-No, parecían relajados, aunque siempre pendientes de los indicadores de las mesas.
-¿Dónde se sentaron los otros dos?
-El que tenía una estatura intermedia se sentó en la mesa de la derecha, el otro creo que se encontraba de pie a espaldas nuestras. . .
-¿Qué hacía tu amigo?
-Trabajaba a mi lado, de vez en cuando ponía su silla junto a la mía, me miraba y yo le miraba a él. Aseguraría que siempre estuvimos en contacto mental; es más, pienso que todas las comunicaciones procedían de este individuo.
-¿Crees que era el responsable de tu seguridad a bordo?
-Más o menos; desde luego parecía pendiente de cualquier deseo mío. Se le notaban ganas de agradar, aunque esto era algo común en los tres. Ellos sabían que aquel no era su sitio, que estaban en terreno ajeno e intentaban ofrecer buena imagen, quedar bien, vamos...
-¿Qué trabajo realizaba el que estaba contigo?
-Pulsaba los botones y movía las guías con una rapidez y seguridad pasmosas. No tanteaba, ¿comprendes?, actuaba sin mirar. Me recordaba a las mecanógrafas por la velocidad y precisión con que lanzaba, más que agitaba, sus largos dedos; la palma, sin embargo, permanecía quieta. -A veces, él giraba en la silla; otras, se desplazaba a lo largo de la mesa y observaba los  indicadores. En fin, todo un espectáculo, a mí me tenía impresionado.
-¿Cómo eran los botones que pulsaba?
-Bueno, en realidad, no sé si los pulsaba, quizá sólo los pulsaba, quizá solo los rozase, podría tratarse de sensores.
-Háblame de la mesa central.
-Como sabes, recordaba a un pupitre. Poseía un cuerpo vertical de unos 25 cm de profundidad, sobre el cual se alzaban dos pivotes cilíndricos que -sostenían una pantalla transparente, por su forma parecía de cinerama, ya que los bordes horizontales eran curvos. La altura de la mesa -pantalla incluida debía ser de 1,5 m, y su longitud de 2,5 o 3 m. De la parte anterior surgía una superficie en voladizo -tendría un metro de anchura-, y sobre ella se encontraban los mandos e indicadores.
-¿Los recuerdas?
-A los lados de la mesa había guías y pulsadores, mientras que en el centro se hallaban los pilotos. Las guías eran de color negro, muy finas, y estaban rematadas por un mando tronco-piramidal niquelado.
-¿Cuántas guías contaste?
-Creo que nueve, dispuestas en tres filas. Por encima de ellas, había nueve pulsadores o sensores troncocónicos de color rojo y con una depresión central.
-¿Y los pilotos?
-Eran semiesféricos, de unos 2 cm de diámetro, y parecían parpadear continuamente; cambiaban de color por las buenas; de pronto, unos se volvían ámbar, otros amarillos, rojos, verdes, azules, blancos...
-¿En qué se diferenciaban las otras mesas de la central?
-Sus dimensiones resultaban más reducidas, medirían unos 2 m; además sólo presentaban mandos y guías en la parte derecha. Por lo demás, eran idénticas a la otra, incluso en su tapizado, aquel plástico negro que recubría también las sillas.

Sesión hipnótica. Octubre de 1979

-¿Cómo es la luz? (Habíamos dejado a Julio cuando entró en la sala.)
-Es muy blanca. Envuelve todo (sobrecogido).
-¿Cómo es el techo?
-Abovedado.
-Bueno, entráis por la puerta, ¿no?
-No.
-¿Por dónde?
-Por la escalera.
-¿Por la escalera?
-Por el suelo.
-¿Cómo puedes entrar por el suelo?
-Hay un agujero circular.
-Al subir, ¿qué te encuentras enfrente?
-Una mesa.
-¿Qué forma tiene?
-Es como un bureau.
-¿Qué hay encima de la mesa? ¿Cómo es?
-Como un pupitre.
-Pero, ¿de qué color?
-Es negra.
-¿Qué hay al otro lado de ella?
-Otra mesa.
-¿Cómo es esa mesa?
-Más pequeña.
-¿Qué ves encima?
-Luces y un cristal.
-¿Y ese cristal es transparente?
-Sí. (Perplejo.) Es muy extraño todo.
-¿Qué estás haciendo en este momento?
-Huelo.
-¿A qué huele?
-A lo otro, a lo otro. (Parece que se refiere al olor a pino que antes advirtiera en el bar y en el cilindro. Al principio, Julio no lo asociaba con nada conocido.)
-¿Cuántas personas ves?
-Tres.
-¿Qué hacen?
-Están conmigo.
-¿Dónde está exactamente?
-Derecha.
-Oye, ¿el nuevo es más alto o más bajo?
-Más alto.
-Estás muy asustado, ¿verdad?
-No.
-¿Te gusta esa habitación rectangular dónde estás?
-No es rectangular, es circular.
-¿Hay ventanas?
-Sí.
-¿Cuántas ventanas ves? (Julio mueve la cabeza como si las contara.)
-No las cuentes; ¿ves muchas o pocas?
-Veo muchas.
-¿Se ve el exterior?
-Sí.
-¿Qué ves?
-Arboles.
-¿Y se distinguen perfectamente a través de la ventana?
-Sí, pero un poco oscuro.
-Mus, ¿qué está haciendo en este momento?
-Conmigo, ha venido conmigo.
-¿Qué estás haciendo ahora?
-Le estoy acariciando. (Pausa.) Me piden a Mus.
-¿Para qué quieren a Mus?
-Quieren mirarlo. No le van a hacer daño.
-¿Dónde lo llevan?
-Ahora, a una mesa.
-¿Cómo es esa mesa?
-Es larga, negra..., hay un cristal negro, opaco, brillante.
-¿Qué hacen?
-Cogen a Mus, lo suben a la mesa.
-¿Lo cogen con las manos para subirlo?
-No.
-¿Qué hacen?
-Lo cogen con los antebrazos.
-¿Se deja Mus?
-Está asustado. Está muy tenso.
-¿Hacia dónde mira el perro en este momento?
-De frente.
-¿Tú tienes la escopeta contigo?
-Sí.
-¿Qué hacen con el perro?
-Le dan la vuelta.
-¿Quiénes? ¿Los dos?
-No, uno.
-¿El más alto de todos?
-Sí.
-¿Y qué hace?
-Lo ha pasado a otro sitio de la mesa.
-¿Qué hay encima de la mesa?
-Mus.
-¿Y qué más?
-El cristal.
-Mira a ver si algo más.
-Sí, hay... no sé... son como pinzas.
-¿Qué más ves?
-Son... (extrañado) muy raros. (Pausa.) Hay una tijera.
-¿Ves algo que te recuerde un fórceps?
-Sí, pero tiene tres mangos.
-Fíjate bien en la pantalla, ¿está sostenida por algo?
-Dos cilindros.
-¿Qué hace con el perro ahora?
-Lo ha tumbado, va a sacarle sangre.
-¿Cómo?
-Con una jeringuilla.
-Le ha dado vuelta sobre el lomo, ¿no?
-No, tumbado sobre el vientre.
-Mira hacia ti.
-No, mira al frente.
-¿Y le sacan sangre con una jeringuilla?
-Es una jeringuilla.
-¿Igual que las que usamos aquí?
-No, es gris opaca, la aguja es muy corta, muy fina. Tiene dos... tres argollas.
-¿Ves bien la jeringuilla?
-Sí.
-¿Dónde ha pinchado a Mus?
-En la pata.
-¿En cuál?
-Derecha delantera.
-¿Por qué zona?
-En la arteria.
-¿Qué hacen con el perro ahora?
-Lo han pinchado.
-¿Y qué hacen ahora?
-Sacan la aguja.
-Sigue diciéndome.
-Saca un cilindro.
-¿Por qué no te opones a que pinchen al perro?
-No, no le van a hacer daño.
-¿No?
-No (muy seguro).
-¿Qué hace ahora con la jeringuilla?
-La han metido en el cilindro que ha sacado.
-¿Cómo es ese cilindro?
-Es negro. Lo cierra.
-¿Por dónde lo abre?
-Por arriba. (Pausa.) Lo cierra por arriba, lo mete detrás de la mesa.
-¿Te parecen antipáticos estos individuos?
-No, fríos.
-Oye, ¿hay sillas?
-Son muy extrañas.
-¿Cuántas patas tienen?
-(Perplejo.) No tienen patas.
-¿Cómo son entonces?
-No tienen patas. (Parece muy impresionado.)
-¿Cuántas sillas ves?
-Cinco.
-Dime dónde están.
-Dos, en el centro, al lado de la mesa. Otra a la izquierda, delante de la mesa.
-¿Es que hay más mesas?
-Sí.
-¿Cuántas hay?
-Tres mesas.
-y delante de cada una hay dos sillas.
-No.
-¿Cuántas ves?
-Una.
-¿Y no tienen patas?
-No.
-¿Cómo se sostienen?
-Es como un cono. No comprendo... no se caen. Muy raro.
-¿Tienen respaldo?
-Sí.
-¿Cómo es el respaldo?
-Es alto.
-¿Tiene brazos?
-Sí.
-¿Dónde está Mus en este momento?
-Aquí, en el suelo.
-¿Y la escopeta?
-En la mano.
-¿Te dicen algo?
-Que pase detrás de la mesa.
-¿Qué ves detrás de la mesa?
-Un cristal negro.
-¿Distingues algo a través de él?
-No.
-¿Qué hay en la parte baja de la mesa?
-Un hueco, es negro.
-¿Qué te pasa?
-Me dicen que ya puedo salir de la mesa. Quieren que me siente. (Pausa.) Me asusto. Quieren que me siente, yo no quiero. Tranquilo, no pasa nada.
-¿Qué te dicen?
-Tranquilo, no pasa nada.
-¿Tú no les preguntas?
-Sí. ¿Quiénes sois? ¿De dónde venís?
-¿Qué te contestan?
-No entiendo, veo signos que no conozco.
-¿Cómo son esos signos?
-No sé.
-¿Qué te recuerdan?
-Son muy raros. Un tres...
-¿Quieres dibujarlos? (Julio dibuja lentamente; traza el «tres, siete», luego, los paréntesis y finaliza con lambda.)
-¿Qué significado tienen esos símbolos?
-No sé.
-¿No lo preguntas?
-Sí.
-¿Y qué te dicen?
-Tres, siete...
-Pero, ¿qué te dicen, que es un tres o ves los signos?
-Veo los signos.
-¿Qué más les preguntas?
-De dónde vienen.
-¿Y qué contestan?
-Signos.
-¿Cómo son?
-Parece tres cruces (se refiere a uno de ellos).
-¿Oye, hablan entre sí?
-No.
-¿Qué más les preguntas?
-Nada, estoy asombrado.
-¿Por qué?
-La luz, todo es luz (ésta le sigue impresionando).
-Fíjate bien en tu manga, ¿que notas?
-No hay sombras.
-¿No?
-No (sorprendido).
-¿Y en el suelo?
-Tampoco (casi inquieto).
-¿De dónde sale la luz?
-De todos lados. Estoy asustado.
-¿Por qué?
-Todo es muy raro. Quieren que me siente.
-¿Estás sentado?
-Me da miedo. Se va a caer.
-¿El qué?
-La silla.
-Pero, ¿estás sentado ya?
-Sí, ahora. (Perplejo.) Si no se cae.
-¿No se cae?
-No.
-¿Qué pasa ahora?
-Ellos... él se sienta.
-¿Seguro que no hablan entre sí?
-No.
-¿No lo han hecho en todo el tiempo?
-No.



El hombre de la pantalla

Pregunta: J. A. Campaña. Entrevista en estado vigil.
-Y a todo esto, ¿dónde estaba el perro? ,
-Echado a la izquierda de mi silla. Recuerdo que lo tenía fuertemente agarrado por el collar. Y es que Mus era mi única unión con el mundo de fuera. Me tranquilizaba sentirle a mi lado.
-¿Y la carabina?
-Estaba apoyada en el reposabrazos derecho. Durante el examen del perro, permanecí con ella al hombro, luego, cuando me senté, la dejé allí, junto a la silla.
-¿Seguías observando a tu amigo?
-Yo observaba todo. Frente a mí, y a través de la pantalla de cristal, veía una de las mesas. Más allá, se alzaban las ventanas,  por los cristales asomaba el campo.
-¿Qué anchura tendrían los cristales?
-Unos 20 cm, y me parecieron dobles. Aunque no lo sé si se trataba de auténticos cristales, para mí que eran de fibra plástica. A propósito,  la pantalla resultaba también un poco extraña a pesar de ser gruesa no deformaba las imágenes, ni presentaba reflejos en la superficie.
-Ya que has sacado el tema, ¿qué altura poseería la pantalla?
-Sobre 50 cm, el doble de los pivotes que la sustentaban.
-Bien, ¿y qué más ocurrió?
-De, repente, sonó por toda la sala un pitido cortado que ocasionó un gran revuelo entre los tripulantes. El más alto, que hasta entonces había permanecido en la mesa quirúrgica, pasó zumbando hacia un pupitre y se sentó. Los tres parecían pendientes de sus pantallas.
-¿Detectaste de dónde surgía el sonido?
-Ya te he dicho, de todas partes. Era un poco como la luz que irradiaba de todos los puntos.
-Continúa.
-Bueno, pues tras aquel «ti-tí-ti» intenso, la pantalla comenzó a adquirir tintes lechosos hasta volverse blanca. A continuación, se formó rápidamente  una imagen y apareció otro individuo como ellos, pero de mayor edad. Repentinamente comenzaron a hablar entre sí y, en ese mismo momento, note que se cortaba mi comunicación telepática.
-Describe aquella conversación.
-Fue corta, duraría unos dos o tres minutos. Primero, tomó la palabra el hombre  de la pantalla; por el tono de su voz parecía el jefe; los otros le escuchaban muy atentos, casi sin  pestañear. Se notaba que estaban ante un superior jerárquico.
-¿Sólo hablaba el jefe?
-Al principio, sí. Luego, conversó con mi amigo, que era, seguramente, el responsable de la sala. Los otros dos intervinieron  menos veces, quizá, cuando les pedían su parecer sobre algo.
-¿Cómo era el cuarto individuo?
-Tendría unos 55 o 60 años, al menos esos representaba. Poseía las arrugas típicas en un hombre de esa edad: patas de gallo, surcos en la frente; también se le veía con menos vigor que los otros, aunque su energía dando órdenes era evidente.
-¿Qué me dices del idioma?
-Resultaba desagradable. Yo lo compararía con una mezcla de alemán y chino. Alemán, por lo seco y gutural y chino porque era monosilábico. Desde luego, no era un espectáculo nada agradable oírles hablar. Aquellas gentes escupían las palabras,  los sonidos les salían como una tos.
-¿Qué quieres decir?
-Que no modulaban. Parecían sacar las palabras del estomago,  como los gritos que se dan en lucha oriental. No emitían vocablos con las cuerdas vocales,  sino que estos surgían impelidos por el diafragma. Además, daban la impresión de tener problemas laríngeos o algo así. Les costaba empezar cada vez que pronunciaban una nueva frase, y de vez en cuando emitían un gritito, una especie de «gallo» como si se ahogaran.
(Muy probablemente se trata de un estridor laríngeo, producido normalmente por un reblandecimiento o inflamación de la epiglotis.)
-¿Recuerdas alguno de los sonidos?
-Había consonantes fuertes, «kas», «erres», «pes», todas pronunciadas muy guturalmente. También existían vocales y diptongos del tipo «au» o «ue», que parecían auténticos ladridos. Piensa en su tono de voz monocorde, seco y desagradable.
-¿El individuo de la pantalla os veía a vosotros?
-Yo creo que sí, al menos, actuaba como si así fuera. Su tamaño, supongo que debido a la ampliación que proporcionaba el sistema, era mayor que el normal. Sólo aparecían en imagen la cabeza y los hombros.
-¿Observaste algún distintivo?
-No, vestía el mismo uniforme que los demás.
-¿Cómo finalizó aquello?
-Tan inopinadamente como había comenzado. La figura del jefe se esfumó y la pantalla volvió a hacerse transparente. Después, volví a entrar en contacto telepático.
-¿Algo más que añadir?
-Sí, a la desaparición del cuarto individuo, siguió una actividad febril en la sala. Todos pulsaban botones como locos. Mi amigo parecía supervisar la labor de los otros dos. Aunque, en realidad cada uno vigilaba a los demás. Había compenetración y espíritu de equipo entre la tripulación, eso estaba claro.
-¿Giraba la plataforma central?
-Sí, y precisamente lo hizo por aquellos momentos. Se movió al revés que las agujas del reloj, para quedar mirando a la computadora. Luego volvió a su posición primitiva. Fue entonces cuando escuché un fuerte silbido en la cabeza; a partir de aquí, se abre una gran laguna en mis recuerdos, que solo se reanudan mucho después.

Sesión hipnótica. Octubre de 1979

-Suena un pitido.
-¿Un silbido?
-No, un pitido.
-¿Muy agudo?
-Sí.
-¿Qué ocurre?
-Es cortado.
-¿Dónde está Mus en este momento?
-Conmigo.
-¿A tu derecha o a tu izquierda?
-A mi izquierda.
-¿Qué haces?
-Miro. Ellos se sientan. (Sorprendido.) El cristal se pone blanco.
-¿Qué cristal?
-El de la mesa.
-¿Qué forma tiene?
-El de la mesa. Es curvado.
-Oye, encima de la mesa había pilotos, guías, ¿de qué color son los pulsadores?
-Rojos.
-¿Qué pasa?
-Se pone blanco el cristal, opaco...
-¿Qué ves?
-Aparece otro.
-¿Como si fuera una pantalla de televisión?
-Sí.
-¿Ves la imagen en tres dimensiones?
-No.
-Ah, la ves plana.
-Sí.
-¿Qué ves, el rostro sólo?
-Sí.
-¿Es muy parecido a los otros?
-Sí.
-¿Qué hace? ¿Qué habla?
-¿Habla?
-Oye, ¿puedes repetir lo que hablan? ¿Puedes intentarlo?
(Julio trata de imitarlos. Emite una serie de sonidos oscuros y guturales de los que únicamente son inteligibles «uai-u» y «ash-néi».)
-¿Con quién hablan?
-Entre ellos.
-¿Hablan con el de la pantalla?
-Sí. (En cierta ocasión, hojeando el libro El enigma de Ummo, de Antonio Ribera, Julio identificó, entre los vocablos ummitas, algunas de las palabras escuchadas en la nave; la coincidencia nos impresionó a todos.)
-¿Oyes algo?
-No.
-¿Qué ves?
-La pantalla, otra vez cristal. (Pausa.)
-¿Qué pasa? (Julio se muestra inquieto.)
-Silba.
-¿Silba?
-Silba.
-¿Quién silba?
-No sé. (Su voz se vuelve más profunda e inexpresiva, como si cayera en un gran sopor. Pausa.)
-¿Qué te sucede?
-Silba.
(Como casi todos los protagonistas de un encuentro ovni, Julio presenta una amnesia parcial, de modo que no recuerda conscientemente parte de su aventura. Ésta parece que incluye un completo examen  fisiológico con toma de muestras, así como un viaje orbital alrededor del planeta. Las grabaciones de las sesiones hipnóticas, oídas luego por él mismo, sirvieron para «disparar» sus recuerdos subconscientes.)


La toma de muestras. 
Sesión hipnótica. Octubre de 1979

-¿Qué pasa?
-Silba. (Como si le abandonaran las fuerzas.)
-¿Dónde está Mus en este momento? (Pausa. Julio no responde)
-(Angustiado:) No me puedo mover. No me puedo mover. (Algunas frases ininteligibles. Parece muy inquieto.) Me cogen.
-¿Por dónde te cogen?
-Por la espalda. Me levantan. ¡Mus! ¡Mus! ¡Ataca! (No está claro si azuza al perro o describe lo que ve.) Ladra. Le ha mordido.
-¿A quién ha mordido?
-A uno. (Casi gimiendo.) Le han matado.
-¿Cómo que le han matado?
-Sí. (En realidad, el perro no estaba muerto, sino en las mismas condiciones que él.)
-¿A quién ha mordido?
-Al más alto. (Fuertes inspiraciones y espiraciones.) Me llevan.
-¿Adónde?
-No sé. (Continúa el desasosiego.) No me puedo mover. No toco el suelo.
-Pero, ¿estás levitando?
-No sé. (Inspira y espira como sometido a un fuerte stress.)
-¿Te bajan ellos?
-Sí.
-¿Tienes los ojos cerrados o abiertos?
-Abiertos. (Pausa.) No sé qué pasa.
-¿Dónde te llevan?
-Bajo por la escalera. No toco el suelo. (Parece que, efectivamente, va levitando.) No toco nada. Me llevan. No me puedo mover. (Pausa.)
-¿Dónde te llevan, Julio?
-Una puerta.
-¿Cómo es esa puerta?
-(Muy bajo.) Floto.
-¿Y dentro cómo es?
-Se abre, sí. Hay luz. Una esfera.
-¿Que hay una esfera?
-Sí
-Pero la habitación, ¿cómo es? ¿El techo, cómo es?
-Plano. Sí, triangular.
-¿Y la esfera, dónde está?'
-Dentro. Me meten en la esfera. Hay mucha luz. (Cada vez más nervioso.) No me puedo mover.
-¿Por qué? ¿Estás sujeto?
-No. Me desnudan.
-¿Estás desnudo?
-Sí.
 -¿Te han quitado el reloj?
-Sí.
-¿Y toda la ropa?
-Toda. El anillo, La cruz. (Parece que retiran también los objetos metálicos.) Me miran.
-¿Quién?
-Él.
-¿Cuántos hay contigo?
-Cinco.
-¿Son todos hombres?
-No.
-¿Hay alguna mujer?
-Sí, dos.
-¿Qué te pasa ahora?
-(Tranquilizándose de repente.) Estoy quieto. Tranquilo, no pasa nada.
-Oye, ¿como son las mujeres? Descríbelas.
-Altas.
-¿También tienen el mentón prominente?
-Sí.
-¿Cómo sabes que son mujeres?
-Tienen pecho y caderas.
-¿Cómo es la cabeza?
-Grande, abombada.
-¿Cómo son las manos?
-Tienen guantes. Son muy largas.
-¿Qué ocurre ahora?
-Me miran. No me puedo mover.
-¿Están fuera o dentro de la esfera?
-Fuera. (Pausa.) No me puedo mover. (Intranquilo otra vez.) ¡Una esfera!
-¿Otra?
-Sí es pequeña, de metal.
-¿Dónde está esa esfera?
-Frente a mí. (Asustado.) Se mueve. Se mueve. (Pausa. Se tranquiliza.) Me miran. Tranquilo, no pasa nada. Salen hilos. (Aterrado.) ¡Vienen hacia mí!
-¿Estás acostado?
-No.
-¿De pie?
-Sí.
-¿Y las manos, cómo están?
-Arriba.
-¿Están sujetas con algo?
-No.
-Entonces, ¿por qué las tienes arriba?
-No puedo moverme. (Se queja.) No toco el suelo. (Parece seguir levitando.) (Con miedo:) Los hilos se meten en la boca, la nariz...
-Pero antes decías que estabas en una esfera...
-Sí.
-¿Cómo es?
-De cristal, fuerte.
-Mira cómo es el suelo.
-El suelo... una reja, plana.
-Entonces, se verá algo debajo.
-Sí, mucha luz. (Muy alterado.) Quiero irme.
-¿Cómo que quieres irte?
-(Quejándose.) No me puedo mover.
-Pero si estabas muy bien con ellos…
-Tengo miedo. Hay una esfera delante de mí. (Muy asustado)
-¿Cómo está? ¿Colgada?
-No, está ahí. (Perplejo.) Nada la sujeta. Está quieta. (Aterrorizado.) ¡Se mueve! i Se mueve!  i Sale un hilo! ¡Dos! (Julio vuelve al episodio de los hilos.)
-Pero, ¿hilos de qué? ¿De plástico?
-(Casi ininteligible:) No sé. Son finos, de colores.
-¿Y adónde van esos hilos?
-(Casi adormecido, sin fuerza en la voz :) Uno... (pausa) en mi boca... (pausa) Dos...
-¿Dos en tu boca?
-Sí, entra uno... a la garganta... lo noto entrar...
-Pero, ¿no dices que son dos?
-Otro se ha quedado... debajo de la lengua. (La voz de Julio llega muy débil)... Me hace cosquillas...
-¿Te hace cosquillas?
-En el oído.
-¿En el oído?
-Otro.
-¿No decías que eran dos?
-Vienen muchos... (pausa). Hilos de colores. Flotan solos.
-Oye, cierra la boca.
-No puedo. No puedo moverme. Ellos me miran. (Parece que se han adueñado de su voluntad) (Pausa) Otro hilo… en el ojo.  Me molesta... (Asustado. La voz es casi un siseo) El pene, no…el pene, no. Entran dos.  (Habla como si le escociera.) Me duele…
-¿Te duele?
-El pene... la uretra.  (Nuevo gemido de escozor.) ¡Entran dos!
-¿Dos, qué?
-Estoy lleno de hilos. Estoy lleno. (Como si cayera en un gran sopor.) Los ojos no puedo cerrarlos. (Fuertemente impresionado:) i Otro al ano!  Entra, entra en el ano...
-¿Al ano?
-Sí, todos dentro... todos dentro de mí.
-¿Te duele?
-No los noto.
-¿Qué hacen ellos?
-Me miran. No puedo cerrar  los ojos. (En un susurro.) Ya. Ya salen.
-¿Salen, qué?
-Los hilos.
-¿Los hilos, salen?
-(Como si sintiera molestias :) Sí, sí.
-¿Te duele?
-Sí, la uretra…, el interior (gime como si le escociera). Ya, ya… (La respiración indica que se va tranquilizando.) Ya ha salido. (Con alivio)
-¿Estás más tranquilo ahora?
-(Con gran laxitud en la voz:) Sí.
-¿No les preguntas nada?
-No. (Adormecido) Quiero irme, quiero irme... (Pausa.) Ya sal. ..go.
-¿De dónde?
-De allí.
-Pero, ¿por tus propios pies?
-Sí.
-¿Cómo te encuentras?
-(Pregunta a los otros:) ¿Y Mus? ¿Y Mus? (Pausa.) Está bien.
-¿Ves a Mus?
-No, sé que está bien. Le han  hecho lo mismo que a mí.
-¿Cómo lo sabes?
-Me lo dicen ellos. Nos vamos de allí.
- Pero, ¿de dónde? ¿De la habitación?
-Sí.
-¿Qué te han hecho? ¿Has preguntado qué te han hecho?
-Sí, me lo han contado.
-¿Cuándo?
-Mientras entraban los hilos.
-¿Qué te han hecho?
-Me han extraído líquidos.
-¿Qué tipo de líquidos?
-Saliva, jugos gástricos, intestinal…
-¿Qué más?
-Lágrimas, semen...
-¿Semen?
-Sí, orina (pausa). Me han pinchado.
-Pero, i tú no has dicho nada de pinchar !
-No lo he sentido.
-¿Dónde te han pinchado?
-En la espalda.
-¿Y qué te han extraído?
-Me lo dicen. Líquido... (indescifrable) raquídeo.
-¿Líquido, cefalorraquídeo?
-Sí, de la espalda. (Pausa.) Sangre.
-¿Sangre?
-Sí, sinovia.
-¿Y de dónde te han extraído sinovia?
-De la rodilla. Sangre... de la oreja.
-Pero tú no has dicho nada de la oreja.
-No lo he sentido.
-¿Eran esos hilos? (Según Julio, que posteriormente ha recordando, había una tercera mujer con él, dentro de Ia  esfera transparente, quien, casi con seguridad, fue la encargada de realizar estas extracciones.)
-Oye, ¿veías algo al extremo de los hilos?
-Sí.
-¿El qué?
-Un dedal muy pequeño, dorado.
-¿Cómo estás ahora?
-Tranquilo... no pasa nada.
-¿Dónde os encontráis?
-En el pasillo. La escalera. (Pausa.) No puedo subir.
-¿No puedes?
-No.
-¿No tienes fuerzas?
- ... (Ininteligible.)
-¿Eres dueño de tus movimientos?
-Me controlan.
-¿Te hipnotizan?
-Están apoderados.
-¿Se han apoderado de ti?
-Sí.
-Si no puedes moverte, ¿cómo te desplazas?
-Me llevan.
-¿Te llevan?
-Sí.
-Oye, ¿y Mus?
-Está bien, me lo dicen ellos.
-¿Adónde vais?
-(Cansado, por el tono de voz:) Subo... la... esca... lera.
-¿Subes por ti mismo?
-No.
-¿Cómo lo haces, entonces?
-Me suben.
-jAh!, que te suben.
-No toco nada.
-¿Sube uno contigo? ¿Te han cargado a la espalda?
-No, subo (Parece adormecido.) No peso.
-¿No pesas?
-No peso. (Probablemente levita.) (Mas tranquilo) Ahí está Mus.
-¿Dónde estás ahora?
-Arriba.
-¿Arriba?
-Sí, en la sala.
-¿Te has acostado?
-No, estoy de pie. No toco el suelo (con un hilo de voz)
-¿Y Mus está allí?
-Sí, sobre una silla.
-Oye, ¿ahora qué te hacen?
-Me sientan.
-¿Dónde?
-En la mesa de antes. (Pausa.) Ya me puedo mover.





El viaje (Continúa la sesión)

-(Sorprendido.) Salen..., salen
-¿Qué más?
-Me sujetan.
-¿En el asiento?
-Sí, las correas (Según Julio ha recordado después, éstas salían del respaldo de las sillas)  Estoy desnudo.
-¿Que más?
-Me pegan cables en la cabeza y en el pecho (los cables, extensibles, surgían de la parte baja de las mesas). A Mus, también.
-¿Te ponen como electrodos?
-Sí, están ahí. Salen de las mesas.  (Pausa) (Muy agitado) Vamos a salir.
-¿Vais a salir?
-Sí.
-¿Qué te dicen? ¿Adónde vais?
-No pasa nada. Volveremos.
-¿Volveréis?
-(Está muy inquieto, articula sonidos ininteligible.) Volveremos. Vamos a salir. (Aterrorizado) ¡Se mueve! ¡Se mueve! (Parece que la nave despega) (Atónito ) Peso mucho. Peso mucho. (Julio se hunde materialmente en el sillón, durante la hipnosis.) (Muy excitado.) Las sillas… (Toma aire de forma entrecortada.)
 -¿Qué ves?
-(Aterrado:) No veo nada.
-¿No ves nada?
-Negro. (Quejándose.) No veo nada. (Se produce el efecto de «velo negro» sufrido por los astronautas; debido a la gran aceleración, la sangre se deposita en la parte baja del cuerpo dejando de irrigar el cerebro, lo que provoca una ceguera momentánea.) (Fuertes inspiraciones y espiraciónes durante 45 segundos.) Peso mucho. Peso mucho. Ya. (Parece recobrarse.)
-¿Qué pasa?
-(Cambiando radicalmente el tono de voz; se halla sosegado.) No peso.
-¿No pesas?
-No peso nada. (Experimenta una total sensación de ingravidez.) (Un tanto asombrado:) No peso nada.
-Pero antes pesabas...
-Mucho.
-¿Mucho pesabas?
-No podía respirar.
-¿Ves ahora?
-Sí.
-¿Estás lleno de cables?
-Floto...
-¿Flotas?
-Me han soltado. (Se refiere a que le han retirado las correas)
-Pero, ¿flotas en el espacio?
-Floto. Todos flotamos.
-¿Mus, también?
-Sí. Mus flota... (Pausa.) Las ventanas.
-¿Qué sucede?
-Miro. (Pausa.) No está.
-¿El qué?
-El suelo.
-¿No ves nada por las ventanas?
-Está negro.
-Pero, ¿nada?
-Veo lucecitas. Son estrellas.
-Oye, ¿la habitación está negra también?
-No, hay mucha luz.
-¿Dónde estás? ¿Sentado?
-Floto... No me controlo. (Toda esta parte está dicha entre susurros. Julio descansa relajado.)
-¿No te controlas?
-No tengo peso. (Pausa.) Estoy a gusto, muy a gusto. (Pausa) Me siento. Estoy cabeza abajo. (Pausa). Me acercan a la ventana...
-¿Quiénes?
-Ellos.
-¿Notas los cables?
-Sólo los veo. Donde voy yo van ellos. (Pausa.) Está oscuro.
-¿Esta oscuro?
-Sí, estamos fuera.
-¿Fuera de dónde?
-Me lo dicen. Estamos fuera.
-¿Fuera?
-De la Tierra.
-¿No les preguntas a qué distancia?
-La veo.
-¿La ves?
-Sí.
-¿Cómo se ve la Tierra?
-Muy grande.
-¿Es esférica?
- ... (Ininteligible.)
-¿Ves los continentes? ¿Ves algo?
-Azul, azul.
-Pero, ¿ves perfilarse los continentes? ¿Cómo sabes que es la Tierra?
-Lo sé. Espirales, veo espirales.
-¿Espirales blancas?
-Sí (debe referirse a las nubes). (Pausa.) Voy viendo. Estoy orbitando. No tengo peso. (Extasiado.) Es bellísimo.
-¿El qué es bellísimo?
-Es muy bonito. Me encuentro a gusto, muy a gusto.
-¿Ellos no te comunican nada?
-Estoy con ellos.
-Pero, ¿qué les preguntas?
-¿Adónde vamos?
-¿Y qué te dicen?
-Sólo a dar una vuelta.
-¿Alrededor de la Tierra?
-Es la Tierra. (Julio sigue ensimismado en su visión.)
-Oye, ¿estáis cerca de la Luna?
-Sí.
-¿Ves la Luna?
-No.
-¿Qué hacéis ahora?
-Veo la Tierra. Estoy muy a gusto. Quiero quedarme.
-¿Ves a Mus?
-Sí.
-¿Qué hace?
-Está conmigo, quieto. (Pausa.) Me llevan a otra ventana.
 -¿Qué ves?
-Estrellas.
-¿Te han desconectado los cables?
-Veo la Luna.
-¿Ves la Luna?
-Sí.
-¿Cómo es?
-Brillante. Muy brillante.



-¿Ves parpadear las estrellas?
-No están fijas. (El parpadeo sólo puede apreciarse dentro de la atmosfera terrestre, pues es debido a la refracción de la luz.)
-Háblame de la Luna.
-Es grande. Muy grande. (Pausa.) Tiene puntos. (Pausa.) Son los cráteres. (Durante esta fase de la hipnosis, Julio habla muy bajo, como si la emoción y la sorpresa le impidieran expresarse.)
-¿Son los cráteres?
-Sí.
-¿Los ves como desde la Tierra?
-Mucho más grandes.
-¿Qué ves más grande, la Tierra o la Luna?
-La Tierra.
-¿Y ahora?
-No veo la Tierra.
-¿Qué ves?
-La Luna y estrellas. Estoy muy a gusto. Quiero quedarme. (Pausa.) Otra vez, la Tierra. Es como media Luna. (Para observar una fase creciente o menguante es preciso que se encontraran a gran altura.)
-¿Qué hacéis?
-Se va iluminando. Se va iluminando. (Parece que se acercan a la parte bañada por el sol.) (Pausa.) Me llevan.
-¿Adónde?
-Al sillón.
-¿Te atan?
-Sí. Las correas. Me ponen las correas. (Pausa.) A Mus, también.
-¿Le han sentado?
-Sí, en la silla de la izquierda. (Pausa.) (De nuevo angustiado.) Otra vez peso.
-¿Pesas? ,
-Peso mucho... peso mucho... mucho (tensa los músculos como si estuviera sometido a un gran esfuerzo).
-¿Qué te pasa?
-(Con voz lastimera:) No veo nada... no veo. Nada. (Inspira y espira con dificultad.) (Pausa.)
-¿Dónde estás? ¿Ves ya?
-(Asombrado:) Veo el campo.
-¿Ves el campo?
-Sí, oigo...
-¿Qué oyes?
-Silba fuerte.
-¿Hay un silbido?
-iMus! (Parece llamar al perro.) Me visten.
-¿Te están vistiendo?
-Sí, me han quitado los cables. (Pausa.) Me siento otra vez...
-¿Sigues oyendo el pitido?
-Muy fuerte.
-¿Muy fuerte?
-Sí.
-¿Continúa aún el silbido?
-Sí, en mi cabeza. (Cambia radicalmente el tono de su voz, como si despertara.) ¡Mus! ¡Ah!, estás aquí. (Como la mayoría de los contactados o abducidos por la tripulación de un ovni, Julio presenta una laguna en sus recuerdos. El silbido que a él se le antojó uno solo, fueron en realidad dos y constituían sendas señales hipnóticas, la primera para dormir y la segunda para despertar. Es muy probable que los anfitriones de Julio quisieran ahorrar a éste las experiencias más traumáticas del encuentro, y cabe señalar que su comportamiento fue siempre cortés, aun durante este tiempo, ya que solo se “apoderaron” del testigo durante la toma de muestras, el viaje lo hizo ya siendo dueño de sus movimientos.)


Nota. Debido a que la hipnosis hace aflorar los sucesos traumáticos y reprimidos, Julio ha ido recordando flashes del examen fisiológico y del viaje, en especial del primero. Parece que dentro de la esfera, y a su espalda, había una maquina, en tanto que él se mantenía allí dentro con los brazos y las piernas en aspa.

La escopeta y los cartuchos

Pregunta: J. A. Campaña. Entrevista en estado vigil.
- Escuchaste el silbido, ¿y qué pasó?
-Mus, que estaba a mi  lado, desapareció de repente. El fenómeno fue tan fugaz como un «salto» de fotograma. Miré y ya no vi al perro.
-¿No te sorprendió?
-Mucho, justamente en ese momento estaba acariciándole, tenía la mano puesta en su cabeza.
-¿Y cómo te explicaste aquello?
-Supuse que el animal, asustado por el silbido, habría dado un brinco. Además, eran tantas las cosas que no entendía, que una más no importaba.
-¿Qué sucedió luego?
-Recuerdo bastante peor esta segunda parte de la historia; es más, ignoro si los hechos ocurrieron en el orden que considero correcto.
-Entendido.
-Bueno, pues volví la cabeza buscando Mus y lo encontré detrás de mí, por la zona de la computadora. Lo llamé y vino una flecha, acurrucándose en el mismo lugar de antes, a la  izquierda de la silla.
-¿Qué hacían los otros?
-Seguían a lo suyo. Accionaban los mandos de las mesas mientras gobernaban sus sillas. A mí me tenían loco. De pronto, sonó otra vez el ti-ti-ti cortado, la pantalla se tornó opaca y apareció de nuevo el jefe.
-¿Conversó con los demás?
-Sí, pero en esta ocasión el diálogo fue más breve; duraría unos 2 minutos.
-¿Entendiste algo?
-¡Ni jota!, además, mi contacto telepático volvió a cortarse; me sentí completamente solo.
-¿Veías sólo la cabeza del jefe?
-La cabeza completa y parte del cuello.
-¿Dónde se producía la imagen?
-Justo en el centro del cristal. Parecía un despilfarro tanto espacio para una sola figura; sobraba un metro de pantalla por cada lado.
-¿Distinguías algo detrás de su cabeza?
-No, la imagen se recortaba contra una superficie blanca idéntica a las paredes de la sala. La definición de forma y color era  perfecta. No se apreciaban las típicas líneas que se originan en nuestras televisiones.
-¿Aparecía en todas las pantallas?
-Sí, incluida la que había sobre la mesa desocupada.
-¿Tú crees que os veía?
-Seguro.
-¿Continuó impartiendo órdenes?
-Esa impresión me hizo. Aquel individuo mandaba allí, se notaba por su tono de voz y la rigidez que adoptaba al hablar.
-¿Escuchaste los mismos fonemas desagradables?
-Si no los mismos, muy parecidos. Yo, la verdad, empezaba a cansarme de aquello. Había visto ya cómo era la nave y sólo deseaba irme. Temía -infeliz de mí- que aquello despegara; agarraba a Mus con todas mis fuerzas.
-¿Había gran diferencia de edad entre el jefe y los otros?
-Él tendría unos 65 años, mientras que ellos representaban 35 o 40; eran gente hecha.
-¿Qué más?
-La pantalla volvió a hacerse transparente y se reanudó mi contacto telepático. El que estaba a mi lado preguntó por la escopeta, quería saber qué era.
-¿Y qué hiciste?
-Explicárselo. A propósito, noté que llamaba a los demás. Nos reunimos los cuatro en la parte izquierda de la mesa central, junto al pivote que sostenía la pantalla.
-¿Distinguías entre unas «voces» y otras?
-Como te he dicho, casi siempre estuve en contacto con mi amigo; pero sí, efectivamente, sabía cuando hablaba uno u otro.
-¿Puedes repetir detalladamente tu conversación con ellos?
-¿Qué es eso?, contesté que una carabina. ¿Para qué sirve? para cazar animales, repuse. ¿Cazas por necesidad?, añadieron, no, porque me gusta, les expliqué. Entonces, el más alto de todos hizo un gesto de disgusto, como diciendo ¡qué salvaje! pero fue casi imperceptible. A continuación, me pidieron la escopeta para examinarla. Ésta pasó de mano en mano y ellos la miraron con gran curiosidad, comentando algo como ¡vaya cosas que hacen esta gente!
-¿No temiste que quisieran quitarte la carabina?
-En absoluto, siempre supe que eran buenas personas, la descargué, eso sí, no fueran a sacudirse un tiro. Por cierto, que cuando vieron caer los cartuchos al suelo se interesaron por ellos. Les expliqué que se trataba de la munición, incluso abrí uno para que vieran sus distintas partes.
-¿Se quedaron con él?
-Sí, el más alto de todos trajo un cilindro metálico donde guardaron el cartucho, así como otro intacto que les entregué. Dijeron que los querían para estudio.
-¿Cómo abriste el cartucho?
-Con mi navaja. Al principio no la encontré; estaba en el bolsillo contrario. Se ve que me registraron o que cayó al quitarme la ropa.
-¿Qué más ocurrió?
-Pues, aunque suene ridículo, me fumé un cigarro. Mientras estaba abriendo el cartucho, sentí unos tremendos deseos de fumar, tanto que no sé si no me los produjeron ellos. (En realidad, Julio, que es un gran fumador, había estado dos horas sin probar un pitillo, y al buscar la navaja tropezó con el paquete de tabaco, lo que inconscientemente despertó sus ganas de fumar; por supuesto, él desconocía todo sobre el viaje.)
-¿Y dónde echaste la ceniza?
-En el santo suelo, puse aquello perdido pero a nadie pareció importarle.
-¿Qué hicieron mientras fumabas?
-Me pidieron un cigarrillo, también con fines de investigación; lo introdujeron en el mismo cilindro. Yo, siguiendo mi costumbre, ofrecí tabaco, concretamente, al más alto, pero ahí se acabó la ronda, me hizo un gesto con la mano de lo más seco, indicándome que él no se metía aquello entre pecho y espalda. Yo les expliqué el asunto como pude, igual que lo haría a mi hijo pequeño.
-¿Qué te preguntaban?
-Cómo funcionaba esto. Les dije que existían dos bloques ideológicos y les hablé de nuestras formas de gobierno.
-¿Lo entendían?
-Perfectamente, y me extrañó que gente tan bien informada e inteligente hiciera preguntas tan simples. Ellos se desenvolvían muy bien en el exterior, y debían saber, si no todo, sí casi todo sobre nosotros. Verdaderamente mi admiración por ellos bajó bastante, en tanto que aumentaba mi recelo. No sabía si  estaban tomándome el pelo, o qué.

Sesión hipnótica. Octubre de 1979

(Julio vuelve a recobrar la consciencia. Busca a Mus.)
-¿Mus? ¿Donde está ahora Mus?
-Se ha ido.
-¿Se ha ido Mus? ¿Dónde está?
-(Julio llama al perro, indicándole que se acerque) Ven aquí, Mus; Aquí. Quieto, quieto. (Tranquiliza al animal.)
-¿Está quieto ya Mus?
-Sí.
-¿No oyes nada?
-Silba.
-¿Quién silba?
-Silba todo. Cortado.
-¿Cortado?
-La pantalla.
-¿Qué sucede?
-Se ilumina. Aparece él.
-¿El de antes?
-Sí.
-¿Habla?
-Sí. Se apaga…
-¿El qué, la luz del aposento?
-No, la pantalla.
-¿Ahora, qué estáis haciendo?
-La escopeta...
-¿La, escopeta? ¿Qué pasa con la escopeta?
-Quieren verla.
-¿Quieren ver la escopeta?
-Sí.
-¿Se la enseñas? ¿Qué hacen?
-La cogen. La miran.
-¿La examinan?
-Sí, el cartucho (Pausa.) No encuentro la navaja.
-¿Para qué quieres una navaja?
-¡Ah!, sí... (Parece encontrarla.) Abro...
-¿Abres? ¿Qué abres?
-El cartucho.
-¿Qué hay en el cartucho?
-Pólvora, perdigones... el taco.
-¿Lo miran?
-Sí. Lo recogen.
-¿Lo recogen?
-Sí. Les doy un cigarro.
-¿Les das un cigarro?
-Sí, de los que fumo.
-¿Qué hacen?
-Lo miran. Se lo llevan.
-¿Adónde lo llevan?
-No sé. (Pausa.) ¿De dónde vienen?
-¿Les preguntas?
-Sí.
-¿Qué te responden?
-Signos.
-¿Identificas alguno?
-No, son rayas. (Pausa.) Tres…  siete... cuadrado.
-¿Es un cuadrado?
-No, líneas, signos...
-¿Qué te recuerdan?
-No sé, no los conozco. (Pausa.) Me preguntan.
-¿Qué te preguntan?
-Sobre la Tierra.
-¿El qué en particular?
-Cómo está organizada, Les contesto.

La vuelta al coche

-Así que estabas un poco temeroso.
-Sí, y ellos debieron darse cuenta, porque después de la charla me comunicaron que podía irme.
-¿Te lo dijeron de forma imperativa?
-No, muy amablemente. Fue algo como «bueno, pues ya hemos acabado. Cuando quieras, te vas.»
-¿Y qué hiciste?
-No esperé que me lo repitieran dos veces. Cogí a Mus, me eché la escopeta al hombro y descendí por la escalerilla. Por cierto, que la bajada fue bastante peor que la subida; tuve que soltar al animal casi desde arriba.
-¿Te acompañaron?
-Sí, vino el que siempre estaba conmigo. Recorrimos los pasillos hasta llegar al ascensor y allí se despidió de mí. Esto me decepcionó un  poco, porque pensé que bajaría hasta el campo; después supe por qué no lo hizo: fuera, era casi de día y a ellos -estoy seguro- les molestaba nuestra luz.
-¿Qué te dijo?
-Agradeció mi colaboración y se despidió como cuando haces un amigo; sería algo equivalente a «encantado de haberte conocido y cuenta conmigo para lo que necesites; ya nos veremos ».
-¿Ya nos veremos?
-Hombre, no sé si dijo adiós o ya nos veremos; piensa que yo recibía una comunicación mental.
-¿Entraste en el cilindro?
-Sí, se cerró la puerta y descendí con Mus. A los pocos segundos, el ascensor se detuvo, elevándose la hoja de metal,  fue entonces cuando comprendí que había ocurrido algo extraño, porque el sol me deslumbró.
-¿Cuánto tiempo pensabas que había transcurrido desde tu subida a bordo?
-Como mucho, media hora; calculaba que serían las 7 y cuarto.
-¿Qué sentiste al ver el sol?
-Nada, date cuenta que iba medio atontado; creo que ni pensaba. Hice el camino de vuelta hasta el coche como un autómata...
-¿No te volviste hacia la nave?
-No, y es extraño, quizá me lo impidieran ellos mentalmente.
-Pero, ¿no notaste que se hacía de día, mientras estuviste en la sala?
-No, las ventanas eran bastante oscuras y la luz que entraba  por ellas tuvo siempre la misma intensidad.
-¿Llegaste al coche sin problemas?
-Sí, allí me estaba esperando Mus, que había salido del ascensor como un rayo. Me senté dentro intentando serenarme. Probé el motor arrancó, hice lo propio con las luces y funcionaban;  la radio, lo mismo. A raíz de esto pensé que todo había sido un sueño. «Probablemente, he llegado hasta aquí y  me he quedado frito», me dije, sin embargo, recordaba la experiencia como si hubiera sido real, con una nitidez asombrosa.
-¿Por qué no volviste a la vaguada para salir de dudas?
-Por miedo; si la nave no estaba, temía volverme loco y si se encontraba allí, podían cogerme de nuevo; así que continué en el coche.
-¿Hasta qué hora?
-Creo que hasta las doce.
-¿Tanto tiempo?
-Sí, puse la radio y esperé; si aquello estaba detrás de la loma, alguna vez tendría que despegar. Por fin, viendo que no sucedía nada, arranqué y puse rumbo para Madrid.
-¿Fuiste derecho a casa?



-No, iba conduciendo muy despacio, medio anonadado; sobre la una me detuve a la izquierda de la carretera creo que a pocos kilómetros antes de Torremocha del Campo, ya en la provincia de Guadalajara. Necesitaba pensar, así que cogí la escopeta y me di un paseo. Mus me hacía muestras continuamente,  pero yo seguía a lo mío, dando vueltas a lo ocurrido. Pasado un rato, me dispuse a comer, y fue al buscar la navaja cuando descubrí que sólo llevaba tres cartuchos en el bolsillo, me faltaban los dos que había entregado en el ovni; nervioso llamé a Mus y miré donde se suponía que le habían pinchado; lo que vi me heló la sangre; el perro tenía el típico orificio que produce una extracción con una aguja, luego... ¡todo había sido cierto!
-¿Qué hiciste?
-Evadirme del tema por todos los medios. Comencé a cazar, yo creo que como mecanismo de defensa. De nervioso que estaba disparé toda la canana; pero algo es algo, volví a casa con más de una docena de codornices.


Sesión hipnótica. Octubre de 1979

-Ya me puedo ir.
-¿Te lo dicen?
-Lo siento.
-¿Te vas?
-Bajo por la escalera.
-¿Y Mus?
-Lo bajo yo. (Pausa.) Entramos en el pasillo.
-¿Vas solo?
-No, me acompaña uno.
-¿Ahora, dónde estás?
-Entro en el cilindro. (Pausa.) Se Cierra la puerta. Baja. (Pausa.) Se abre otra vez. Estoy en el campo...
-¿Qué haces?
-Voy hacia el coche.
-¿Te vuelves hacia la nave?
-No, ando por el camino.
-¿Por qué no te vuelves?
-No sé.
-¿No quieres? (Silencio.) ¿No quieres o no puedes?
-No puedo.

Sesión hipnótica. (Jesús Durán)

(Sin embarga el encuentro de Julio no terminaba aquí, en el coche, como todos habíamos pensado hasta ese momento. En febrero de 1980, en el transcurso de una sesión hipnótica realizada por el doctor Durán, descubrimos, por casualidad, que Julio había vuelto otra vez a la nave, y muy probablemente viajado de nuevo con sus tripulantes.)
-¿Quieres revivir otra vez estos momentos en los cuales tú acabas de bajar del artefacto? ¿Te parece bien?
-Sí.
-¿Has bajado de la nave?
-Sí.
-Bueno, pues cuéntame todo en voz alta.
-Ando.
-¿Hacia dónde?
-El camino. (Pausa.)
-¿Miras para atrás o no miras?
-No puedo.
-¿Sigues el camino?
-Voy al coche.
-¿Y tardas mucho en llegar al coche?
-Lo normal.
-Explícame qué es lo normal, porque teniendo en  cuenta que esa distancia no la has hecho nunca...
-Sí, al venir.
-¡Ah! ¿Tardas lo mismo?
-Creo que sí.
-¿Llegas al coche y qué haces?
-Miro el reloj.
-¿Qué reloj?
-El mío.
-¿Has llegado ya al coche?
-No.
-Entonces, ¿fuera miras el reloj?
-Sí.
-¿Cuánto tiempo ha transcurrido?
-No sé.
-¿Por qué?
-Tiene las siete menos veinte.
-¿Ya qué hora saliste del coche?
-A las siete menos veinte.
-¿No ha transcurrido nada de tiempo?
-Sí.
-Si el reloj marca la misma hora...
-El sol. (Julio considera que serían las 10 cuando llegó al 124.)
-¿Ha cambiado de lugar?
-Sí, ahora está.
-¿Qué haces en este momento?
-Abro el coche. Funciona.
-¿Y antes no funcionaba?
-No.
-¿Y qué pasa?
-No sé que hora es. (Pausa.) Lo paro.
-¿Para qué?
-Quiero ver si están ahí.
-¿Quiénes?
-Ellos. (Pausa.) Voy.
-¿Por dónde?
-Por el camino.
-Pero ahora sí que puedes mirar, ¿no?
-Sí.
-Antes no podías.
-No.
-Vas otra vez al camino...
-Sí.
-¿Qué sucede?
-Están. (Se refiere a que la nave sigue allí.)
-¿Están?
-Sí.
-¿Qué hacen?
-Me llaman. Me llaman.
-¿Qué te dicen?
-(Asombrado.) Está allí... está allí…  (Julio cae en un fuerte período de resistencias. Es imposible obtener más información.)

ANEXO. Algunas conclusiones anatómico-morfológicas

(Por la doctora María Teresa Pérez Alvarez.)
Los sujetos descritos por Julio no se diferencian del Homo sapiens más que éste de su antecesor Cromagnon, es decir, son antropomorfos y casi totalmente humanos. De forma curiosa, su aspecto coincide con las características del «hombre del futuro», diseñado idealmente por anatomistas y antropólogos: cráneo más desarrollado, aumento consiguiente de la zona ocular, pérdida total del vello y derivados pilosos, así como especialización de las manos con alargamiento de los dedos por motivos funcionales. Algunos imaginan al «hombre del futuro» como un ser enclenque y débil, no más musculado que un niño de 10 años, y esto es admisible desde una perspectiva teórica, pero sólo eso, ya que la alimentación (cada vez más rica) y el deporte hacen más altas y fuertes a las nuevas generaciones.
El desarrollo del mentón resulta lógico. Si repasamos nuestra galería de ancestros, descubriremos que el mentón es una aportación relativamente reciente; aun en el hombre de Neanderthal el prognatismo sigue siendo acusado y el mentón pequeño. Hay que esperar al hombre de Cromagnon para poder  hablar de auténticos mentones; por tanto, parece ser un carácter anatómico que tiende al desarrollo.

Neardental

Si trazamos una línea vertical que pase entre los dos alveolos dentales de los incisivos inferiores, habremos delimitado un campo que podríamos llamar del desarrollo del mentón; todos los mentones que sobrepasen esta línea, corresponderán a razas humanas modernas y evolucionadas, mientras que las que queden por detrás, representarán formas antropoides o ancestros del Homo sapiens. Como se ve en el dibujo, el mentón  descrito por Julio es mucho más saliente que el humano actual, lo que habla de mayor evolución. Parece que la barbilla está relacionada con la erección bípeda del hombre y que su desarrollo confiere a éste sentido de la direccionalidad; en el presente caso, podría tratarse de un contrapeso, por así decirlo, para equilibrar un tremendo volumen craneal, aunque solo es una hipótesis.

Homo sapiens

Otro punto de interés radica en lo afilado de las barbillas. Antropológicamente, el ángulo sinfisiario, o ángulo por las dos ramas del maxilar inferior, nos da el grado de evolución de una raza; así, en el europeo actual es agudo, mientras que en determinados pueblos africanos es casi recto, eso significa que cuanto más cerrado sea el ángulo sinfisiario más evolucionado será el individuo. Pues bien, según la descripción de Julio, los seres de Medinaceli poseían barbillas intensamente picudas, lo que también apunta en el mismo sentido de gran evolución. . )

En este estudio comparativo hay dos puntos que sorprenden vivamente: uno es la coherencia anatómica de los individuos descritos y .otro las coincidencias entre relato y características morfológicas de los sujetos. Por ejemplo Julio habla de hombros y cinturas escapulares poderosos, algo muy lógico si tienen que soportar cráneos de grandes dimensiones. Otro, las pupilas aparecen muy dilatadas, lo que indica un hábitat donde la  luz es suave, o simplemente, no hiere a la vista, y que encaja con la ausencia de pestañas que, funcionalmente, como toldos, con la, escasa pigmentación del iris y también con el color apergaminado de la piel. En este sentido, recordemos que la luz reinante en la nave, aunque blanquísima, era muy tenue, tanto que cuando Julio abandonó el aparato se sintió deslumbrado por el sol. Tercera coincidencia: la ausencia de cejas, que supone a su vez la inexistencia de sudor y cuero cabelludo, ya que su misión es retener los cuerpos extraños que caen del cabello y la frente; aquí las declaraciones de Julio vuelven a ser coherentes, pues opina que aquellos seres no sudaban y cree que, bajo el verdugo, no había pelo. (Nota. La carencia de cejas y pestañas puede significar, por deducción, que estos sujetos viven en un medio artificial o bien en un lugar donde no existe contaminación, viento ni  cambios climáticos.)

Por último, la longitud desusada de los dedos  (“de pianista” o “de araña” según Julio) casa con los arquetipos elaborados para representar al «hombre del futuro», que poseerá unas falanges digitales muy desarrolladas, la mano sufrirá una auténtica especialización a base de pulsar botones; y esto es justamente lo que Julio describe en su relato: «Aquellos seres accionaban botones y palancas a una velocidad vertiginosa corno no lo haría la mecanógrafa más rápida del mundo.» Es más, sus palabras apuntan hacia una diferenciación anatómica considerable: «De la muñeca para abajo parecían otros. Sus manos no correspondían  al resto del cuerpo. Eran largas, muy largas, huesudas y delicadas.. Pensé que nunca habían realizado un trabajo físico.»
En resumen: La morfología de los sujetos es altamente adecuada a la de especímenes humanos descendientes del Homo sapiens o que hubieran seguido, y con antelación, un camino evolutivo paralelo. Y ahora, algunas consideraciones teóricas sobre el índice cefálico y capacidad craneal.


Índice craneal: Se obtiene mediante la siguiente fórmula:
lC = Anchura craneal X lOO/Longitud craneal siendo la «anchura craneal» el máximo diámetro transverso interparietal y la «longitud», la distancia de la glabela al inion (protuberancia occipital externa).
Un índice cefálico de 84 significa que la anchura de la cabeza es un 84 % de su longitud.
Según Martin, el índice cefálico humano varía entre 81 y 84,5 y a partir de estas cifras podemos hablar de cráneos braquicéfalos (redondeados), propios de individuos evolucionados, mientras que los primitivos tendrían cráneos dolicocéfalos o huidizos con menor diámetro interparietal.
Según esto, y aplicando las oportunas mediciones, obtendríamos  para los seres descritos por Julio lC = 30 cm X 100/30 cm = 100 %, es decir, una braquicefalia absoluta, pues el cráneo sería igual de ancho que de largo, lo que significa individuos muy desarrollados evolutivamente.

Capacidad cerebral. Índice de Manouvrier= Longitud  craneal X anchura craneal X altura básilo-bregmática / 2 / 1,14 (si es un cráneo masculino). Error: ± 100 cc.
Aplicando medidas: 30 cm X 30 cm X 27 cm / 2 /1,14 = 10 657 cc, esto es, más de 5 veces la capacidad craneal del hombre (índice ordinario, entre 1.450 y 1.950 cc).

Puede existir un segundo error, pues quizá los senos frontales sean mayores que los nuestros, pero esto reduciría la capacidad craneal en una cantidad insignificante.
Nota. No es de extrañar tan gran capacidad cefálica, puesto que un pequeño aumento en medidas lineales origina un gran crecimiento en volumen.

Utilización del cerebro. Si el ser humano usa, como máximo, la décima parte de su cerebro, esto supone 195 cc (cifra media) mientras que ellos utilizarían (información en segundo volumen) el 30 % del suyo, es decir, nada menos que 3.196, cc, casi el doble de toda nuestra masa cerebral y 16 veces nuestro cerebro útil.
Nota. Este último es un valor mínimo; según datos posteriores (información en tercer volumen) pueden llegar a usar hasta el 65 % de su cerebro (6.297 cc), lo que supone 4 veces nuestra masa cerebral total y 32 veces la masa útil.

Conclusiones al «caso Julio»

El «caso Julio» es quizá uno de los casos de abducción –y me atrevo a decir que sin quizá- que más, riqueza de información ha proporcionado. Y ello ha sido así, en primer lugar, por la decidida voluntad colaboradora del propio Julio, y por el elevado grado de capacidad expositiva y sintetizadora de su mente. Si bien cae dentro del patrón ya señalado de «hombre sencillo y bueno», ello no quita para que su inteligencia esté por encima de lo  normal. No hay que confundir «sencillo» con «tonto». Son dos cosas muy distintas.

A mí personalmente impresionó mucho hablar con Julio. Diría -¡y digo, qué caray!-, que salí enriquecido de la conversación.  Sus límpidos ojos azules, de mirada tan franca y directa, me emocionaron. La mirada de Julio es algo notable; no es una mirada corriente. Uno se siente como desnudo ante ella, y sabe que no puede mentir porque el dueño de aquellos ojos no miente; es más detesta la mentira.
¿Un elegido? Y de nuevo las consabidas preguntas: ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Y por quién?
Un día en que Julio hacía de «radio» (es decir, actuaba pasivamente, en trance hipnótico, como emisor-receptor simplemente), alguien preguntó a sus «amigos» (pues como en el caso  de Adela, llegaron a ser amigos y siguieron en contacto), porque ellos no buscaban, para establecer esas extrañas relaciones, a eminentes científicos de nuestro mundo. El ser con el que Julio mantenía comunicación mental se sonrió –parece ser que la sonrisa es la mayor demostración de alegría que pueden hacer; no llegan a la risa, lo que los hace muy “británicos”-, y contestó que el mayor de nuestros científicos no le llega ni a la suela del zapato –o de la bota o lo que sea que calcen- del más modesto de sus técnicos. Y añadió que lo que buscaban en nosotros era nuestra humanidad, esas cálidas cualidades humanas que por lo visto ellos han ido perdiendo a lo largo de los siglos de una difícil y dura evolución autoimpuesta, en un medio frio y hostil.

Ven –y admiran- en nosotros, aquello que ellos tuvieron hace siglos y que perdieron irremediablemente por los largos caminos del Tiempo y el Espacio. Hoy son unas soberbias maquinas biológicas, frías y perfectas, pero robotizadas, sólo con un arcaico sentido del humor como reliquia de su pérdida  humanidad…que reencuentran en nosotros. De ahí que no les interesen los científicos, de los que no aprenderían nada.

Pero estamos llegando a un terreno vedado. Un elemental sentido del honor me impide traicionar a Julio, quien me rogó que no revelase aspectos de la vida de sus amigos cósmicos que éstos no quieren que se conozcan…al menos por ahora. Pero sí puedo decir que les fascina conversar con nosotros. A veces, son los interlocutores terrestres (los que conversan a través de Julio = radioemisor) quienes tienen que poner fin a estas charlas... en las que incluso se llegan a contar chistes por ambas partes. Y jamás tratan de imponer su superioridad, pese a que ésta es evidente. Cuando alguien alude a ella, se limitan a sonreír y a decir: «Somos diferentes: esto es todo.» ¡«Diferentes» unos  seres que cubican 10.000 ICC de cerebro! ¡Y tan diferentes!

Pero una de las cosas que han revelado, y que creó que puedo decir, es que ellos no son nuestros únicos visitantes. Hay otros. Ni tan altos, ni con su elevado concepto de la ética. Otros, que se dedican a sondear y a «programar» la mente de los seres humanos que han contactado o han abducido. Schirmer tuvo la mala suerte de encontrárselos. Y otros también. Son los de la Serpiente. Y las relaciones entre ambos grupos de visitantes no son de las mejores. Esto también puedo decirlo.



¿Y por qué todos vienen a la Tierra, esta minúscula mota de polvo cósmico perdida en un rincón de la Galaxia?
-Vuestro mundo es maravilloso -dijeron una vez a Julio-. Su riqueza biológica es increíble. Existen muy pocos mundos como él. Nosotros no conocemos ninguno que se le parezca. Es una cantera casi inagotable de muchas de las cosas que necesitamos Y que no tenemos: agua: entre ellas. Desdichadamente, vosotros mismos habéis iniciado su destrucción. Es una historia que ya se ha repetido otras veces: ocurrió en nuestro propio mundo, hace siglos.

Atención, que habla la voz de la experiencia... ¿No vale la pena que la escuchemos?
Para terminar, y como resumen de todo lo expuesto en este libro, podríamos decir que las civilizaciones galácticas de un nivel superior que al parecer están llevando a cabo, y desde hace muchos años, lo que pudiera llamarse «Operación Tierra» -y que no necesariamente tiene que tener al Horno sapiens como objetivo-, poseen una tecnología acorde con esa superioridad, Y junto a la cual la terrestre está en un estadio muy primitivo todavía.

Pero -y esto es quizá lo más importante- junto a estos logros tecnológicos que nos parecen pura magia («cualquier tecnología superior no podrá distinguirse de la magia »), por citar una vez más la archisabida frase de Arthur C. Clarke}, está un impresionante dominio de la mente y de lo que aquí y en este planeta llamamos todavía «facultades paranormales, ESP o PSI», sin darnos cuenta de que para estas civilizaciones galácticas «facultades normales» (como quizá lo serán un día para nosotros). La comunicación mental o telepática ha sustituido a la comunicación oral, en muchas de estas  civilizaciones; la hipnosis es una técnica corriente para implantar ideas, órdenes e incluso para borrar vivencias traumatizantes. Esto es maravilloso, pero a1 mismo tiempo es terrible, porque nos coloca ante ellos como inermes conejillos de Indias ante 1a fría mirada del investigador.
Si el investigador es bueno, estamos salvados. Si no lo es ... que Dios nos coja confesados, como decían nuestros abuelos..Y si los hay buenos y los hay malos (como en un western a la antigua usanza), que los buenos se las arreglen para pegar paliza a los malos.
¿O no habrá malos ni buenos, sino sólo «otros»? Nuestros conceptos del bien y el mal pueden resultar ridículos y cortísimos a escala cósmica...

Dice Alvin H. Lawson, investigador norteamericano, que pueden inducirse abducciones imaginarias en seres humanos normales, y que estas «abducciones» son muy parecidas -si bien presentan asimismo significativas diferencias- con las abducciones «reales». De acuerdo. Estamos empezando a aprender a manipular la mente, este inmenso «banco de datos» que lo contiene prácticamente todo.
«Sin embargo -dice el propio Lawson en su estudio-, pese a las numerosas semejanzas, existen diferencias cruciales, como los efectos físicos alegados y los testigos múltiples, las cuales parecen postular que las abducciones por parte de los ovnis son algo aparte y distinto que las experiencias imaginarias y alucinatorias ... »
He querido terminar esta obra citando a Lawson, porque es el primero que a su vez citan los jóvenes cientifistas que quieren mantener su status de hombre serio ante el que sin duda es el fenómeno más impresionante, incuestionable y revelador de toda la panoplia ufológica. La mente humana es capaz de todo: hasta de imaginarse una abducción. Pero esto no quiere decir -ni mucho menos- que las abducciones no sean «sucesos reales».

Alguien, muy discretamente, nos observa. Alguien, de vez en cuando -y últimamente parece que con mayor frecuencia: las abducciones conocidas ya totalizan varios centenares-, secuestra temporalmente a uno de nuestros semejantes (dentro de un espectro de características no muy amplio), con finalidades que de momento se nos escapan.
Algún día, en algún sitio, sabremos la increíble verdad. Algún día, así lo espero, dejaremos de ser «abducidos» para ser «amigos»… o más aun, «hermanos en el Cosmos».

Que así sea.


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